Capítulo 29: Mando persa

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"No la belleza, si no la reputación de la mujer debe ser conocida por muchos"

Gorgias



Isla de Eubea, un día antes


Datis se encontraba dentro de su tienda de campaña donde dos de sus esclavas preferidas se ocupaban de darle un baño de agua fresca. El general sentía la necesidad imperiosa de sacarse del cuerpo la tierra pegada a su piel e impregnada a su pelo y barba. Tenía polvo hasta en las pelotas.

     —Detrás de las orejas —le indicó a una de las esclavas.

     Se alegró de ser uno de los que marchaba al frente de la gigantesca columna de su ejército. No podía imaginarse cómo estarían los de la retaguardia. Dejó caer su cabeza hacia atrás y la apoyó en el borde de su bañera. Sacó los pies fuera del agua y los apoyó en el borde opuesto. Una de las esclavas se sentó delante de ellos y comenzó a masajearlos presionando fuerte con sus pulgares en diferentes puntos de las plantas de sus pies.

     —Estupendo... —dijo.

     Cerró sus ojos y por un momento logró olvidarse del mal humor y del veneno que venía acumulando en sus colmillos desde que salieran de Calcis esa misma mañana. A su mente acudieron las distintas imágenes de la jornada: él montando a su caballo, él dando órdenes. Él. Y la inevitable imagen de la sensual figura de Artemisia vestida de negro y montando a su yegua blanca con la espalda bien recta y el pecho erguido. Sintió un cosquilleo en el escroto y agarró del brazo a la mujer que tenía detrás suyo.

     —Ve a buscarla —ordenó a una de las esclavas. La mujer salió enseguida.

     Datis se levantó y salió de la bañera ayudado por la otra esclava. La mujer se apuró a secarlo y no pudo evitar notar la erección del general. Terminó de absorber el agua de su cuerpo con un paño de delicada textura y tomó uno de sus perfumes favoritos.

     —Ese no. Aquel —le señaló Datis—. El de cedro.

     La esclava tomó el frasco y se lo roció en las axilas y en el pecho.

     —¿Desea mi amo que me quede? —preguntó.

     —No, vete. Eso es todo.

     Una nueva esclava llegó a la carpa del general en ese preciso momento y la que había estado llenando de perfume a Datis desapareció. El general caminó hasta su cama y se recostó boca arriba separando las piernas. Había perdido la erección, pero sería cuestión de un momento para recuperarla.

     —Mi amo —saludó la esclava con una reverencia.

     —¿La trajiste?

     —Sí.

     —Póntela.

     La mujer aplaudió y un esclavo eunuco ingresó a la carpa. Llevaba en sus manos una larga y bien peinada peluca de color negro lacio que descansaba sobre una base esférica de mármol. Ella la tomó con cuidado y se la colocó sobre su cabeza ocultando su propia cabellera. Datis la observó complacido. Era idéntica.

     —¿Qué esperas? —preguntó impaciente.

     La mujer caminó hacia él mientras se desvestía y Datis se dejó llevar por su imaginación. La esclava de ojos azules y grandes pechos se acostó en la cama dejando afuera la mitad de su cuerpo y hundió su cabeza entre las piernas del general.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora