"No llegué a ser un buen padre por ser amigo de los niños"
Tales de Mileto
Atenas, poco después
Un hombre desnudo con una espada en la mano, otro cubierto de sangre, y una mujer semidesnuda. Los tres apestando a bosta de caballo y, además, muertos de frío. Así habían llegado hasta la casa de Temístocles, uno de los hombres más poderosos de Atenas, y así los había visto Timón cuando uno de los sirvientes de la casa fue a despertarlo para avisarle que sus pupilos estaban en la puerta de calle junto a una mujer fugada de un prostíbulo.
Poco después, provistos de un baño caliente y cambiados, Temístocles los había reunido en el salón principal. Timón no quería ni mirarlos. Estaba furioso. El aire se cortaba con un cuchillo y el veterano general volvió a pedirle disculpas a su amigo ateniense por décima vez.
Artemis se mantenía de pie cerca de la pared del mural sin levantar la vista del suelo. Por suerte para ella, la esposa de Temístocles era de su talla, con lo que resultó sencillo ocuparse del tema de su vestimenta: usaba un peplo color azul y una manta color crema que la cubría desde los hombros hasta la cadera.
Theo y Polinices se encontraban uno junto al otro y con la frente en alto, soportando los reclamos de su tutor. Al parecer, el único relajado era el dueño de casa. Temístocles se encontraba sentado en un sillón, sosteniendo una copa de vino en una mano y una pipa en la otra. De hecho, se había tomado a bien el que hubieran liberado a una de las trabajadoras sexuales del prostíbulo Lucerna, propiedad de uno de sus principales socios económicos, y a la vez, de sus principales rivales.
El que no compartía la visión tan relajada de Temístocles era Timón.
—¿¡Cómo pudieron ser tan descuidados!? —preguntó hinchando las venas del cuello—. ¡Ese Logrur se desayuna una pierna de toro al día y usa sus huesos como mondadientes! ¡Les aseguro que ese montículo de estiércol al que saltaron salió de su culo la última vez que se tiró un pedo!
Temístocles contuvo una risa espontánea y evitó mirar a Timón. Sin embargo, lo que decía el general era cierto; resultaba increíble que hubieran escapado de un hombre como él.
Theo se sentía más culpable que nadie por todo aquello, con lo que dio un paso al frente y asumió su responsabilidad.
—Perdónanos, tío. Todo ha sido mi culpa, no de Polínices, y tampoco de ella. —Señaló a Artemis con la cabeza.
—Cálmate, mi amigo —intervino Temístocles dirigiéndose a Timón—. Es cierto que han puesto en riesgo sus vidas y que pueden contarlo de milagro, pero han obrado bien: se han comportado como verdaderos hombres y han puesto a salvo a Artemis de una situación muy... difícil.
—Eso sí... —admitió, dirigiendo una fugaz mirada hacia Artemis.
Timón relajó el gesto y se sentó en un diván, ayudándose a pasar el trago amargo con un poco de vino. Temístocles sabía que el plateo era un hombre duro y de pocas palabras. No iba a decirlo abiertamente ni lo dejaría entrever, pero se preocupaba sobremanera por ellos: eran su familia.
—Sin embargo —continuó Temístocles—, esto nos trae algunos problemas.
—¿Qué problemas podría traernos? —se justificó Theo—. ¡Hemos escapado los tres a salvo y estamos aquí contigo!
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Hoplita: La venganza del rey
Historical FictionEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...