Capítulo 35: Duelo

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"Un actor debe refinar el gusto del público"

Aristófanes


Eretria, día 5 del asedio


Lado persa


—¿A qué te refieres con que un duelo? —preguntó Datis, tan consternado como sorprendido.

     Estaba agotado del día anterior y se dedicó a repasar con la vista los lujosos detalles del interior de la tienda de campaña de la reina. Artafernes dejaba enfriar el plato que les habían servido los esclavos para el desayuno: carne de cordero bien cocido con garbanzos y arroz. Servidos en una salsa de buen aroma que incluía diferentes hierbas, como la menta y el cilantro, y que acompañaba con agua. Por el contrario, Datis casi había terminado con el suyo mientras que Artemisia parecía tener intención de no comer nada.

     —Me refiero a que enviaré una carta para retar al hoplita del penacho doble a una pelea singular. Duelo, Datis. Dos personas que se enfrentan entre sí. Uno contra uno —respondió Artemisia. Se dejó caer en su diván y repasó una vez más la carta que el mensajero entregaría en breve en propia mano de los griegos leyéndola en voz baja, para sí misma—. Esta parte no me gusta, está de más. Tiene que ser una carta corta, pero con impacto.

     Datis no terminaba de entender, necesitaba que se lo repitieran algunas veces más. No obstante, Artafernes creyó entenderlo todo demasiado bien.

     —Esto... no es lo que acordamos anoche, Artemisia. ¡Nunca me imaginé que un espectáculo como este tuviera lugar entre las filas de nuestro ejército! ¿Planeas solventar tu falta de capacidad al mando con... esto? ¿Un duelo? ¡Bah! —dijo levantando un brazo y llevándolo hacia atrás con un tirón—. ¡Debimos habérnoslo imaginado antes! Claro... General Artemisia —Artafernes rio—. ¡Ese título te queda grande, mujer!

     —General Artemisia —se sumó Datis—, entiendo tu miedo. Nunca pensaste que este día fuera a llegar, ¿no es así? Nunca creíste que llegaría el día en que te tocara liderar a miles de hombres hacia un enemigo fuerte y bien plantado. Pensabas que tanto el general Artafernes como yo, lograríamos abrir las puertas de Eretria como verdaderos generales que somos. Y tú, una reina de una ciudad menor, pero querida por los hombres por repartir vino entre las tropas, salvarías tu nombre ahorrándote la vergüenza de no saber qué hacer a la hora de tener en tus manos el mando del ejército. Pues te diré algo, general, el ejército del rey Darío I no es un viñedo. Los hombres no están aquí para beber y sonreír. Es un ejército de verdad y están aquí para conquistar. ¡No para fantasear sexualmente con las caderas y los pechos de una mal llamada general que reparte vino y sonrisas!

     Artemisia se incorporó en su diván y giró su cuerpo en dirección a Datis sin levantarse. Miró al general de una manera particular, como a través de los ojos de una mujer en estado de lujuria.

     —General Datis... tal vez hago todo esto —Artemisia abrió ambas piernas apoyando los talones sobre el borde del diván, dejando sus rodillas levantadas—, para conseguir al único y verdadero hombre de todo el ejército con el valor suficiente como para acostarse conmigo.

     Datis cayó en la trampa de Artemisia sin oponer un palmo de resistencia en su voluntad. Miró a la reina con un deseo tan grande que sintió una erección debajo de su pantalón en el mismo momento en que tomaba un poco de agua para limpiarse la boca. La sensualidad de Artemisia lo provocaba de tal manera que a veces pensaba que se volvería loco si no la poseía con la más ruda violencia. Su deseo hacia ella solo podía compararse con el odio que le generaba.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora