Capítulo 23: Logrur

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"La soledad no es estar solo, es estar vacío"

Séneca



Cartago, invierno de 494 a.C.


Ya de noche, Logrur regresaba hasta lo que podía llamar su hogar: una habitación de mala muerte rentada en uno de los peores barrios de la ciudad. Iba solo, como de costumbre, caminando por las oscuras calles de Cartago bajo una lluvia torrencial. Andaba a paso lento, ajeno a los duros y poco amigables rostros que de vez en cuando se cruzaban con él y que lo rehuían.

     Sintió los huesos calados de frío y sus dientes comenzaron a castañear. Se miró la mano que sostenía la botella y la agitó para comprobar que no estuviera vacía: apenas le quedaba para unos tragos y se los bebió del pico con los ojos cerrados. Por más barata que fuera, la bebida cumplió su función y le calentó un poco el pecho, ayudándolo a combatir los temblores.

     Logrur tiró la botella hacia un costado de la calle y la siguió con la mirada esperando que estallara; lo que no ocurrió. Chasqueó la lengua volviendo la vista al frente y se cubrió los hombros con la capa de tela empapada que poco hacía para resguardarlo de la lluvia.

     Escuchó voces y alguna risotada cerca suyo y se giró para ver: sin importarles la lluvia ni el frío, dos hombres charlaban con una de las prostitutas de la zona buscando llegar a un acuerdo. Caminó unos pasos más tratando de ignorarlos y se volteó contra su voluntad dejándose seducir por la curiosidad. Uno de ellos caminó con la mujer hasta una parte oscura de la calle y desaparecieron bajo un techo de tejas rotas de una vivienda cercana. Al otro no lo vio.

     Logrur suspiró limpiándose el agua de lluvia de los ojos con el dorso de la mano y se imaginó el resto. Ya no recordaba la sensación de calor y placer que podía darle una mujer en la intimidad. Tampoco recordaba lo que era tener intimidad alguna ni lo que significaba tener una compañía con la que pasar el tiempo y charlar de cualquier cosa.

     Esos pensamientos melancólicos lo obligaron a decidirse y se palpó los bolsillos. Tenía algunas monedas, no muchas, pero sí las suficientes, con lo que se desvió de la calle por la que transitaba siempre y dobló en una calle lateral. Pasado un rato de andar deambulando soltó una maldición y frenó sus pasos. Pensó que lo mejor era desandar lo andado, retomar su camino original y olvidarse de aquella idea estúpida. Sin embargo, se quedó parado unos momentos en ese lugar hasta que decidió seguir.

     Cerca suyo, divisó un par de mujeres al reparo de un techo y se sintió un poco nervioso de encontrarse con lo que buscaba. Siempre era más fácil compadecerse de sí mismo e irse a dormir mirando al techo que intentar hacer algo diferente y cambiar su suerte, pensó. Insultó por lo bajo, apretó los labios y encaró sus pasos hacia ellas, decidido a que se cruzaran con él.

     Su inocultable figura se dejó ver desde lejos y las primeras insinuaciones aparecieron en el aire traspasando la lluvia hasta llegar a sus oídos.

     —¡Mira a este hombretón! —dijo una.

     —¡Debe tener la verga como un caballo!

     Logrur sonrió. La que parecía más veterana y al parecer la más osada de las dos, dejó sus pechos al descubierto y se los ofreció sonriente sacudiéndolos hacia los costados con un movimiento de hombros.

     —Yo digo que puede con ambas a la vez...

     —¡Habrá que comprobarlo!

     Se rieron.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora