Capítulo 2: Datis

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"Si al mediodía el rey dice que es de noche, tú contempla las estrellas"

Proverbio persa



Mileto, Asia Menor, febrero de 490 a.C.


Datis caminaba a paso firme, orgulloso y llevando la frente en alto. Avanzaba entre las tiendas del campamento persa ubicado en las afueras de la arrasada ciudad de Mileto en dirección a la tienda real con absoluta confianza.  Como no podía ser de otra manera, creía que el rey Darío había convocado al consejo para nombrarlo como general en jefe del ejército que conquistaría el territorio griego. Un reconocimiento digno de su trayectoria incuestionable.

     Datis se detuvo a varios metros de la tienda de campaña del rey la contempló durante unos momentos. Menó la cabeza esbozando una media sonrisa y siguió. Tenía que reconocer que Darío no se andaba con pequeñeces: aquella tienda parecía un pequeño palacio de tela en sí misma.

     Saludó a los guardias del rey apostados en la entrada con un leve asentimiento y se anunció.

     —El general Datis —dijo sin más.

     Estos deshicieron la cruz que formaban sus lanzas impidiendo el paso adoptando la posición de firmes. El general emitió un gruñido e ingresó airoso. Lo primero que vio fue la mesa real, la cual repasó de un vistazo y que le cambió la cara. Tragó saliva, insultó por dentro y, enderezando la espalda, fue a sentarse justo a la izquierda del lugar reservado para el rey; en la cabecera de la gran mesa. El resto lo observó en silencio.

     —Mi príncipe, es un honor saludarlo... —dijo después, inclinando la cabeza con una reverencia hacia Jerjes, quien se sentaba a la derecha del lugar que ocuparía Darío.

     —Datis, seas bienvenido —correspondió el príncipe con educación.

     Su semblante se volvió sombrío al girar la cabeza hacia ella: su principal malestar.

     —Artemisia... es raro verte aquí... —comentó, y se dirigió al hombre junto a ella—. Sura —saludó lacónico.

     —Datis —respondió ella sonriendo—. Pues aquí estoy.

     —Datis... me alegra verte bien —mintió Sura.

     «Lampiño afeminado», pensó Datis. Nunca había tenido muy claro cuál era la función específica de Sura en la corte del rey; además de dejarse montar por Darío y darse aires de consejero.

     Dejó de prestarles atención y se concentró en las delicias y el lujo descollante que lo rodeaba. La mesa estaba servida en abundancia de fuentes y bandejas de plata relucientes, llenas hasta el tope de platillos de todo tipo. Eso le gustaba, y dio por sentado que el buen vino no sería el punto débil de la noche. Tomó una de las copas doradas que tenía delante suyo y la levantó en el aire. Uno de los sirvientes se apresuró a servirlo y Datis lo probó moviendo sus ojos por encima de la copa de oro observándola a ella. Artemisia, reina de Halicarnaso; consejera de confianza del príncipe y del propio rey. Datis sabía reconocer que Artemisia era muy atractiva, además de poderosa, y una gran líder amada por su pueblo. Según él, cuestiones menores que no servían para nada a la hora de afianzar el imperio: nada podía saber ella de batallas, tácticas militares o armas. Como solía decirse: un grano en el culo. Lo que menos necesitaba Datis era tener que soportar el palabrerío de aquel ser odioso creyéndose parte de un consejo de guerra siendo mujer. Lo que consideraba inadmisible.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora