Capítulo 18: Inteligencia

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"La inteligencia consiste no solo en el conocimiento, sino también

en la destreza de llevar esos conocimientos a la práctica"

Aristóteles



Posada La Tormenta


Theo despertó preguntándose qué habría sido de la vida del cautivo que habían interrogado su tío y los demás. Miró hacia la ventana: la escasa luz del día se filtraba a través de la madera; entre el marco y el larguero. Al parecer, la violenta tormenta de la noche anterior había pasado y dejaba su lugar a una suave llovizna de tonada primaveral.

     Los ronquidos de Polínices le llegaron desde la cama de arriba entrecortados, como un serrucho bien afilado, y calculó lo agotada que debería estar Artemis para no inmutarse con aquel irritante sonido. Pese a ello, seguía dormida; recostada en la cama de abajo y tapada hasta la nariz mirando hacia la pared.

     Theo se decidió a bajar y, procurando no hacer ruido, se levantó del lecho improvisado armado en el suelo con diferentes mantas. Bostezó abriendo la boca como un león estirando su cuerpo y sintió deseos de mear. Miró hacia la esquina. La vasija del rincón se tendría que aguantar las ganas de refrescarse.

     Se vistió y dejó la habitación de puntas de pie.

     Al llegar al salón principal se encontró con que Temístocles, Paltibaal y su tío Timón estaban reunidos alrededor de una de las mesas. Se acercó hasta ellos y dio los buenos días.

     —Buenos días, Theo —le respondió Temístocles—. ¿Pudieron dormir algo?

     —Creo que sí, algo —dijo él—. Polínices seguro que sí.

     —Bien.

     —Eeeh...

     —Puedes preguntar —dijo Timón.

     —¿Durmieron... algo?

     —No.

     —Ya veo... ¿Qué pasó con el hombre al que interrogaron? —El silencio de los tres respondió por sí solo—. Me refiero a que si averiguaron algo.

     —Ciertamente sí —respondió Temístocles—. Seguíamos hablando del tema justo cuando apareciste.

     —Yo sí que dormí unas horas —dijo Paltibaal.

     Temístocles miró al fenicio. Jugaba con la punta de uno de sus cuchillos marcando la superficie de la mesa de madera en profundos surcos. Se había soltado el pelo, que mantenía largo hasta la mitad de su espalda, lo que hacía que un espeso manto gris le cubriera la mayor parte de su rostro a ambos lados.

     —¿Por qué no despiertas al resto y se unen a nosotros? Así podremos tomar un buen y muy necesario desayuno y les diré sin miramientos lo que he concluido —dijo Temístocles.

     —Me parece bien —respondió Theo, y se acarició el estómago—. Solo... si me dan un momento. —Señaló hacia afuera.

     —Ve a cagar tranquilo —le dijo Timón—. Luego puedes ir a buscarlos. Unos momentos más no cambiarán nada.

     Paltibaal se rio.

     —No iba a... ya vuelvo.

     Pasado un largo rato, Theo reapareció y pasó junto a ellos encarando hacia la habitación de arriba.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora