"La valentía es una clase de salvación"
Platón
Isla de Eubea
Comenzaba a clarear. El sol volvió a ocupar su lugar elevándose en el horizonte, como queriendo imponerse con valentía entre las nubes de tormenta.
—¡Por aquí! ¡Síganme!
El hoplita eretrio que iba al frente del grupo dobló a la derecha en la primer calle y luego de pasar varias casas de largo, se encaró contra una de ellas y abrió la puerta de una violenta patada. En su interior, la casa se veía revuelta y sin rastros de sus habitantes.
Al final de la fila, Artemis rezó a su diosa para que aquel hombre no se equivocara de casa o se verían acorralados por cientos de infantes enemigos en menos de lo que canta un gallo. Tiró una vez más del brazo de Lilah para que no se quedara atrás y le gritó que debían seguir. Con su aspecto, se parecía más a un alma en pena que los perseguía y de la cual huían los veintiséis guerreros que al cuerpo en vida de una persona. Para peor, Stavros tampoco resultaba la viva imagen de la vitalidad humana. A Artemis le sorprendía que no se derrumbara de rodillas y cayera de boca al piso con niña y todo.
Llegaron hasta una habitación de buenas dimensiones donde un gran baúl volcado hacia un costado dejaba al descubierto una puerta trampa rectangular de madera. El hoplita que los guió hasta allí se detuvo junto a la abertura y los miró a todos. Hacia abajo, se sumía la más profunda oscuridad. El griterío de los infantes persas provenientes de la calle acercándose hasta allí como perros de caza a los que les soltaron la correa, los obligaba a tener que bajar sin tiempo de armar antorchas.
—¡Es una locura meternos allí abajo a ciegas! —dijo uno de los hoplitas.
—¡También es una locura quedarnos aquí un minuto más de lo debido! —le contestó el otro.
—Tendremos que bajar, nos guste o no —lo apoyó un tercero.
Nadie más pareció oponerse a la idea. Algunos miraron hacia el comandante para escuchar su opinión, pero Stavros apenas era capaz de sostenerse en pie.
—Déjame aquí... —le susurró Lilah a Artemis, sin aliento con el que poder pronunciar sus palabras de manera clara.
—¿Qué dices? ¡Nada de eso! Saldremos juntas de esta ciudad.
—Alguien tiene que cerrar la puerta trampa y volver a correr el baúl a su posición original —insistió Lilah.
Más de una cabeza dejó de mirar hacia la entrada del túnel y se centraron en ellas.
—Lo que dice esta mujer es cierto. Si nos persiguen por el túnel nos matarán a todos —dijo un hoplita.
—¡Que se quede! —dijo otro.
—Es una buena idea... —se sumó uno más.
El tono de su voz dio a entender al resto de que esa mujer debía quedarse. Otros hombres apoyaron la idea y Artemis se desesperó al ver la locura en sus ojos.
—Nadie va a quedarse aquí —dijo segura, poniéndose delante de Lilah—. Ella vendrá con nosotros.
—No, no vendrá —amenazó el hoplita que los había llevado hasta allí—. Yo los traje hasta aquí y yo digo quien baja y quien se queda.
—¿Y cómo harás para detenernos? —lo desafió Artemis—. Bajaremos por allí apenas lo hayan hecho ustedes.
—Te importa la pelirroja, ¿no es así? Puede que nos la llevemos con nosotros como garantía de que harás lo que digo —le respondió este.
ESTÁS LEYENDO
Hoplita: La venganza del rey
Historical FictionEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...