"¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego.
Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida,
que si existen ni se ocupan ni se preocupan por nosotros"
Epicuro
Eretria, Isla de Eubea
Junio de 490 a.C.
El Mirmidón se arrimó al muelle bajo la atenta mirada de Ashanti, el esclavo de Euforbo. Timón fue el primero en pisar los tablones de madera del muelle; detrás suyo, descendieron otros treinta hoplitas contratados por Temístocles como mercenarios y, por último, lo hicieron Theo, Polínices, Artemis y Paltibaal, quienes terminaron de redondear un refuerzo de treinta y cinco hoplitas y que, a la vista de todos, resultaba por demás insuficiente.
Ashanti se abrió paso entre las personas amontonadas y se acercó a Timón.
—Bienvenidos. Usted debe ser el general Timón. Mi nombre es Ashanti y he venido hasta aquí a recibirlos en hombre de mi amo, Euforbo.
Timón apoyó una mano sobre el hombro del esclavo.
—Gracias, Ashanti. Tengo entendido que cinco de nosotros estaremos alojados en casa de Euforbo. El resto estará repartido entre las casas abandonadas de las cercanías.
Timón repasó los rostros de las personas que se habían reunido allí para observar, incluido el propio Ashanti.
—Así es, mi señor Euforbo...
—Lamento que no seamos la ayuda que esperaban —interrumpió Timón.
Ashanti agachó la cabeza.
—Los ciudadanos están devastados... saben que morirán defendiendo sus casas.
Timón suspiró.
—Intentaremos evitar que eso suceda.
—Estas personas esperan el apoyo de Atenas —comentó Ashanti—. Ustedes...
—Somos muy pocos, lo sé. —Timón miró hacia atrás. A escasa distancia de él, aguardaban sus pupilos, Paltibaal, y el resto de los hoplitas—. Mejor vamos, no hay tiempo que perder.
A los pocos minutos, el grupo se encontraba traspasando la muralla desde el acceso que brindaba la zona del puerto. Siguieron a Ashanti por las calles de Eretria en un clima cargado de tensiones. Al verlos pasar, la mayoría de las personas estiraron sus brazos hacia ellos, agradecidos, casi como lo habían hecho con los hoplitas de Calcis. No obstante, otras, los acusaron de traidores y de todo tipo de cosas, descargando en ellos sus propios miedos y frustraciones mal dirigidas.
—¿Qué hago? —preguntó Artemis—. ¿Saludo a los que me sonríen y escupo a los que me maldicen? ¿O qué?
—Entiendo que los que se muestran hostiles nos toman como un insulto de Atenas —comentó Polínices—. Creen que somos los refuerzos atenienses.
—No me gusta lo que veo... —dijo Theo—. Siento que en cualquier momento alguien intentará rompernos la nariz de un puñetazo.
—Que lo intenten —alentó Artemis atándose el pelo detrás de la nuca.
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Hoplita: La venganza del rey
Ficción históricaEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...