Capítulo 24: Encantos

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"Tenemos dos orejas y una sola boca, justamente para oír más y hablar menos"

Zenón de Citio



Atenas

Abril de 490 a.C.


Atando un solo cabo, Paltibaal descubrió quién había sido el traidor de entre los esclavos que trabajaban en casa de Temístocles por un simple hecho; desde la noche anterior a su partida hacia Esparta, nadie había vuelto a ver al sirviente galo: un hombre en edad adulta llamado Idéfix. Lo que significaba que, o había tomado el dinero de la paga y se había esfumado de la ciudad; o lo habían liquidado, considerando el peligro de que confesara lo que había hecho dejando expuesto a Medelo. Para el caso, daba lo mismo.

     Solo les quedaba una cuestión por resolver: ante quién respondía Medelo.

     Polínices roncaba panza arriba. Theo calculó que solo quedarían unas horas de oscuridad antes del amanecer y se agarró la cabeza lamentándose. Clavó la vista en la sonora nariz de su mejor amigo y lo sacudió con el pie para cambiarlo de posición. Pese a los manotazos al aire de Polínices, logró ponerlo de costado. Luego aguardó unos instantes y exhaló aliviado.

     —Por fin... Gracias, Zeus, gracias —musitó.

     Sus párpados se volvieron más pesados que el bronce y cerró los ojos. Se cubrió con su manta poniendo el cuerpo de costado y sonrió tan contento como si estuviera abrazando una nube esponjosa. Justo en ese momento, Paltibaal regresó de su guardia y, al abrir la puerta de entrada, una corriente de aire se coló a su habitación y le provocó un escalofrío.

     —Maldición...

     Resignado, Theo se levantó de puntas de pie y fue a espiar a Paltibaal. El fenicio había dejado su capa sobre la mesa y se servía algo de comer. Theo volvió a temblar: visto desde atrás y en plena noche, Paltibaal presentaba un aspecto fantasmal; sobre todo cuando usaba su pelo largo y canoso suelto, cayendo sobre su espalda.

     —Enseguida estoy con ustedes —dijo Paltibaal.

     Theo abrió los brazos y miró alrededor.

     —¿¡Cómo sabes que estaba despierto!? —preguntó—. Caminé en puntas de pie y no hice ningún ruido.

     —Haces ruido al pestañear —le contestó Paltibaal.

     —Cómo no...

     Theo fue a despertar a Polínices y esperaron a Paltibaal sentados en sus improvisados lechos en el suelo, más dormidos que despiertos. Apenas se les unió, el primero en hablar fue Polínices.

     —¿No podías esperar hasta mañana para contarnos lo sea que tengas que contarnos?

     Paltibaal lo pensó algunos segundos.

     —No.

     —Ya dinos —dijo Theo—. ¿Algo interesante?

     El fenicio se sentó frente a ellos y se cubrió los hombros con una de sus mantas.

     —Esta noche ha ocurrido algo en casa de Medelo. Algo importante. —Se frotó las manos y los miró encantado de traer su novedad—. Estaba en mi lugar de siempre, escondido donde nadie podía verme.

     —¿En el árbol de enfrente? —preguntó Polínices sonriendo.

     —¡No te importa donde estaba! —le dijo Paltibaal de mal humor. Polínices levantó las manos pidiendo disculpas y el fenicio continuó—: Decía que estaba vigilando escondido entre las ramas del árbol de enfrente cuando empecé a escuchar gritos y movimiento de personas que corrían de un lado a otro. Los gritos eran del propio Medelo, y estaba furioso. Los guardias iban de acá para allá buscando no sé qué cosa hasta que la situación se fue calmando.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora