Capítulo 16: Euforbo

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"Incluso si me convences, no me convencerás"

Aristófanes



Eretria, Isla de Eubea

Marzo de 490 a.C.


Artemisia y Jacinto se internaron en el bosque alejándose de Eretria. Según dedujo la reina, para luego volver hacia la ciudad por algún otro camino secreto.

     El sol terminó de ocultarse detrás de los árboles y Artemisia se preocupó por su yegua. Esta seguía sus pasos llevada por las riendas, aprovechando la escasa luz de la luna para evitar llevarse los árboles puestos.

     Por su parte, Jacinto se manejaba con tanta confianza y celeridad, que resultaba evidente que estaba acostumbrado a recorrer aquel trayecto.

     —Jacinto —llamó Artemisia. Jacinto la miró sin detenerse, levantando las cejas como respuesta—. Sabes, estaba pensando.

     —Ajá.

     —¿Quieres saber en qué estaba pensando?

     —No lo sé... Sí, creo que sí. ¿Tengo que adivinar? —preguntó.

     —No, no tienes que adivinar. Estaba pensando que tendría que darle un nombre a mi yegua... Todavía no tiene nombre, ¿lo sabías?

     —No lo sabía —respondió él.

     —Pues no, no lo tiene. ¿Y sabes qué me gustaría? —Artemisia no esperó su respuesta—. Me gustaría que tú me ayudaras a elegir un hombre para ella.

     Jacinto se entusiasmó con la idea y le sonrió a Artemisia en la oscuridad.

     —¿Yo? —preguntó, dando unas palmaditas de entusiasmo.

     Nunca le había puesto un nombre a nada, y mucho menos a un animal tan hermoso como ese.

     —Tú —confirmó Artemisia—. Como pensaba que nos estábamos haciendo amigos, creo que podrías ayudarme a buscarle un nombre. Y no sé... tal vez, hasta te deje montarla algún día, cuando seas un poco más grande. ¿Qué te parece eso?

     —¡Siií! ¡Quisiera montarla, sí! —Se llevó un dedo a los labios—. Pero no sé qué nombre ponerle... ¿Puedo pensarlo?

     —¡Claro que sí! Puedes pensarlo tranquilo. Tendrás mucho tiempo para pensar en un nombre mientras me esperas a que regrese. ¿Recuerdas que te dije que te daría otra moneda dorada si tratabas muy bien a mi yegua?

     —¡Vaya que sí! —respondió Jancito, y saltó de alegría—. Otra moneda... —dijo en voz baja, pensándose rico.

     —¡Muy bien! Pero ten en cuenta lo siguiente: eso de dar monedas de oro no lo hago con cualquiera, solo con mis amigos... así que te voy a pedir que este sea nuestro secreto. Solo tú y yo lo sabremos, ¿está claro? No puedes contarle a nadie.

     —¿Yo soy tu amigo?

     —¡Por supuesto que lo eres! Si es que tú quieres también que yo sea tu amiga...

     —¡Vaya que sí!

     —Entonces somos amigos, ¡y de los buenos!

     Artemisia le guiñó un ojo que el niño no vio.

     —¿Y tú cómo te llamas? —preguntó él.

     Artemisia tardó un poco en responder.

     —Mi nombre aquí es un secreto... pero creo que a ti puedo decírtelo. Puedo confiar en un amigo como tú.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora