Capítulo 12: El contacto

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"La riqueza. El más excelente de todos los dioses"

Aristófanes



Calcis, Isla de Eubea

Marzo de 490 a.C.


El capitán del barco fue el primero en descender. Se acomodó sus vestimentas y se paró junto a la pasarela para supervisar el trabajo de su tripulación. Los hombres se ocuparon de descargar una cantidad importante de baúles que en su mayoría habían llegado hasta Calcis vacíos, pero que esperaba con gran ambición volver a llevárselos cargados hasta el tope en menos de una semana.

     El negocio era poco usual, pero seguro. Solo los habitantes de una ciudad a punto ser abandonada serían capaces de comprar tantos baúles a tan alto precio y de vender incontables objetos de valor a uno tan bajo. Y este era el caso de la vecina poco afortunada de la amurallada Eretria.

     Artemisia puso un pie en los flojos tablones de la pasarela que hacía de camino desde la cubierta del barco hasta la seguridad y firmeza del muelle. El capitán la observó de arriba a abajo y extendió su mano cortésmente para ayudarla a bajar acompañando el gesto con una sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes amarillentos.

     —Por favor —le dijo.

     Artemisia posó sus ojos en las marcadas líneas de suciedad de la palma de su mano y escondió la suya debajo de la manga larga de su túnica. Caminó hacia el muelle rebotando en la flexibilidad de la pasarela y estiró un brazo sin mano hacia el capitán.

     —Gracias...

     —Bienvenida a Calcis, señora.

     —Capitán... le recomiendo utilice parte del excesivo dinero que le he pagado por traerme hasta aquí para cambiar esa endeble pasarela de mierda por una que no ponga en riesgo ni a su tripulación ni a su carga. —El capitán dejó de sonreír—. Solo digo.

     El hombre recuperó su gesto afable y carraspeó antes de contestar.

     —Es normal que las mujeres se sientan inseguras en el mar, señora. Pero usted no se preocupe, mis hombres son capaces de dominar las más duras tormentas por mucho que estas nos asolen, con lo que dominar una pasarela, por inestable que pueda parecer a ojos inexpertos, les resulta muy fácil.

     La mirada de desdén del capitán encendió el pecho de Artemisia con diferentes sensaciones: ninguna de ellas buena.

     —Es bueno saberlo —respondió sonriendo.

     El capitán aceptó su victoria con un educado asentimiento sin poder apartar la vista de los intensos ojos azules de Artemisia. Acto seguido, giró su cabeza hacia la ciudad.

     —Le sugiero que tenga cuidado, señora... Petra. —Acentuó el "Petra" para darle a entender que sabía que no era su verdadero nombre—. La ciudad está un tanto convulsionada, como ya sabrá.

     —Lo tendré, gracias —respondió Artemisia, esquivando al capitán para seguir su camino.

     —Algunos de mis muchachos podrían protegerla durante el tiempo que dure su estadía. Y yo mismo podría cumplir con ese servicio si usted lo prefiere. —Artemisia se volteó para responderle y lo pescó repasando el contorno de sus pechos—. Por una justa retribución.

     —No será necesario, capitán, sé defenderme. Pero gracias igual.

     El capitán contuvo una risotada y se mantuvo serio. Estaba convencido de que "Petra" no duraría ni un solo día antes de que sufriera algún robo u otro tipo de ataque.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora