Capítulo 10: El esclavo

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"Quien nace mortal, camina hacia la muerte"

Calino de Éfeso



Atenas


Iba tarde. Apretó el paso sudando sus propios nervios mientras andaba por las oscuras calles de Atenas; emitiendo un molesto golpeteo de sandalias al compás de sus pisadas.

     Se internó en un barrio pobre que, aunque bien sabía que podía ser peligroso, resultaba ser el camino más corto. Llevaba prisa.

     Vagos y mendigos dormían acurrucados contra algún recoveco o sentados en el suelo con la cabeza entre las rodillas. El fuerte olor a orines le hizo fruncir la nariz y se cubrió las fosas nasales con el pliegue del codo. Pasada esta zona, caminó algunos minutos más hasta que reconoció la mansión de Medelo y a los guardias que vigilaban la reja de entrada. Podía hacerse una idea de cómo serían: «Hostiles por vocación y crueles por devoción», pensó. Le había escuchado decir esa frase a su amo y se le había quedado grabada.

     Los guardias sonrieron al reparar en él: una figura solitaria en medio de la noche y vestida de negro. Vaciló. Todavía estaba a tiempo de largarse, pero siguió caminando y se acercó hasta la reja. Descubrió su rostro liberándose de la capucha, que dejó caer hacia atrás de su cabeza y se quedó parado en silencio frente a los guardias mientras estos lo miraban sin decir nada.

     «Están jugando conmigo, sabían que vendría. Me estaban esperando, lo sé. Sabían que vendría».

     Decidió tomar la iniciativa y respiró profundo para hablar.

     —¿Quién diablos eres y qué demonios haces aquí a estas horas? —preguntó uno de los guardias.

     —¡Habla! —dijo el otro.

     —Su señor... Medelo... —dijo hablando bajo.

     —¡No digas su nombre en voz alta, imbécil!

     —Yo... —dijo en tono aún más bajo—. Me esperan dentro —susurró.

     —¿Qué te esperan dentro? ¿Quién mierda te crees que eres? —El guardia escupió en el suelo delante suyo.

     Su nivel de angustia y nerviosismo estaban a tope y sintió ganas de vomitar. Le hubiera gustado darles su merecido haciendo gala de su fuerza y poder implacables, pero suspiró desanimado: no era ni fuerte ni poderoso.

     Uno de los guardias soltó una risotada, dando por terminada la tortura verbal, la cual fue imitada por el otro, que asentía sin dejar de reírse señalando hacia la mansión.

     —¡Estás tarde, gusano! —le dijo—. El amo te espera. Entra ya.

     Medelo estaba recostado en un lujoso diván y fumando pipa junto a una hermosa mujer que jugaba con el poco pelo que le quedaba en la nuca haciéndole un rulo con el dedo. Se lo notaba cansado y de mal humor. Con él estaban dos hombres más: uno de ellos estaba recostado en otro diván mirando hacia el fuego del brasero con una copa de vino en la mano sin prestar atención al resto. El otro estaba de pie junto al mismo brasero, visiblemente pasado de copas y haciendo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos y no dormirse parado.

     —Aquí le dejo a este, señor Medelo —dijo el guardia, y se marchó.

     Medelo intentó disimular el fastidio que le producía tener que esperar a un esclavo que llegaba tarde a su cita y con falsa cortesía le invitó a sentarse y le ofreció algo para tomar. La mujer se sirvió el vino que había rechazado el recién llegado y se marchó de allí.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora