"El único medio para que el hombre conserve su libertad,
es estar siempre dispuesto a morir por ella"
Diógenes de Sinope
Babilonia, mayo de 490 a.C.
—Por favor, Ahura Mazda, no me abandones ahora —suplicó.
Jamshid comenzó a bajar las escaleras que llevaban desde el gran salón de las columnas hasta el primer piso inferior de las mazmorras. El guardia que estaba sentado junto al arco de entrada asomó su cabeza y lo saludó levantando las cejas. Jamshid encaró el pasillo húmedo y mal iluminado que albergaba las celdas y trató de hacer oídos sordos a los lamentos y súplicas de los condenados. El bosque de brazos que se extendieron hacia él a través de los barrotes mostrando las sucias palmas de sus manos vacías lo hizo estremecer.
—No te olvides de mí... —dijo una débil voz de mujer.
Jamshid giró su cabeza hacia ella y sus miradas se cruzaron por un instante: creía haber olvidado lo que se sentía mirarlos a los ojos. Reos tan raquíticos y decrépitos que a duras penas se mantenían en pie, con sus rostros cadavéricos y sus jirones de pelo sucio pegados a la frente.
—No puedo ayudarte —contestó volviendo la vista al frente.
Dejó atrás el pasillo y se metió en las escaleras de caracol que llevaban hasta el piso de abajo. Salió del rulo y encaró el angosto pasillo que lo llevaba hasta una pesada puerta custodiada por dos guardias. Los hombres lo miraron de arriba a abajo.
—¿Qué...? ¿Uno solo? —preguntó el más joven.
Jamshid calculó que no tendría más de veinte años.
—Los otros dos vienen detrás de mí —respondió.
—Mejor los esperamos, ¿no crees?
—¿Por ese? —Jamshid señaló la puerta con un gesto de la cabeza—. No hace falta. Ya no mata ni a una mosca...
Luego levantó los hombros con indiferencia, como restando importancia al asunto. El otro guardia, un hombre mucho mayor, negó con la cabeza.
—No sé... mejor los esperamos.
Jamshid se cruzó de brazos y pasó un pie por delante del otro apoyando el cuerpo contra la pared. La sonrisa en sus labios resultó burlona a ojos de los guardias.
—No le tenemos miedo... —aseguró el más joven.
—Claro... No pasa nada —dijo Jamshid—. No hay deshonra en ser precavidos. Con un tipo como aquel nunca se sabe.
El mayor se molestó.
—Oye... si quieres entrar ahí nadie te lo impide. Ve y diviértete con Ksathra. Nosotros esperaremos aquí a que lleguen los demás.
Jamshid pareció considerarlo unos momentos antes de hablar.
—Hagamos lo siguiente: ustedes me dejan pasar y luego cierran la puerta detrás de mí. Si ese loco me mata, cosa que dudo —dijo torciendo el gesto—, no pasará de aquí.
El guardia más joven sonrió. Aunque el egipcio se encontraba en un estado patético y no fuera capaz de matar ni a una mosca, las historias sobre Ksathra eran bien conocidas y se entusiasmó ante la idea.
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Hoplita: La venganza del rey
Historical FictionEn el 490 a.C., el rey Darío I de Persia inicia su venganza contra Eretria y Atenas, las ciudades griegas que apoyaron la revuelta jónica años atrás. Para ello, y con intenciones que van mucho más allá de lo que se cree, decide nombrar general conju...