Capítulo 21: Esparta

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"Es más fácil convencer a una asamblea de miles de atenienses,

que a un solo rey espartiata"

Heródoto de Halicarnaso



Lacedemonia, Esparta

Abril de 490 a.C.


Temístocles tenía algo por seguro: la mejor forma de empezar a entender a un espartano, si es que eso era posible de alguna manera, era preguntarle por sus murallas.

     Promediando la tarde, divisaron de cerca las primeras casas de la ciudad. Atravesaron al paso los cultivos en los que trabajaba un grupo de hombres bajo el rayo del sol: los ilotas, los siervos sometidos por los espartanos, cuando el primer grupo de guerreros compuesto por cinco infantes que vigilaban esa parte de las tierras, se acercó a ellos con las lanzas en sus manos.

     Temístocles les había sugerido que, cuando estuvieran en las puertas de la ciudad, avanzaran al paso a lomos de sus caballos y en actitud amistosa y serena. Según su opinión, no era conveniente llegar cabalgando a la ciudad como extranjeros desconocidos: eso ponía nerviosos a los espartanos, que acostumbraban a atacar primero y preguntar después.

     Artemis, quien no conocía otra cosa más que la ciudad de Atenas y las instalaciones de La Casa de Lucerna, desconocía por completo las costumbres de los hombres y mujeres de esta ciudad tan particular. Sin embargo, se hacía una buena idea de ellas gracias a lo que habían ido conversando desde Corinto, lo que había despertado dentro de ella una curiosidad cada vez mayor a medida que se acercaban a Esparta. En su mente no dejaba de dar vueltas una frase que había soltado Temístocles a modo de advertencia: "No subestimen a sus mujeres, pueden ser más temibles y decididas que sus hombres".

     Por su parte, Timón se guardaba su opinión. Admiraba y respetaba a los espartanos, pese a que nunca había pisado la ciudad ni había luchado junto a ellos ni en su contra en un campo de batalla. De todas maneras, tampoco es que le gustara su estilo de vida más que el suyo ni que estuviera de acuerdo con todo lo que había escuchado acerca de sus extrañas costumbres.

     —Déjenme hablar a mí —les dijo Temístocles cuando ya estuvieron muy cerca de los hoplitas espartanos.

     —Son todos tuyos —respondió Timón.

     Artemis se mostró de acuerdo con un gesto de su mano. De todos modos, no pensaba ser ella quien inicie la conversación social.

     Frenaron sus monturas a unos pocos metros de distancia de donde se habían plantado los cinco guerreros. Su aspecto resultaba formidable y sus lanzas de casi dos metros de largo apuntaban al cielo, aferradas con firmeza en su mano derecha. Al mirarlos bien, los espartanos bajaron sus escudos. Pese a esto, los revisaron de arriba a abajo con la vista y se detuvieron unos segundos en la contextura física de un ya veterano Timón antes de hablar.

     —Digan sus nombres y cuál es el motivo por el que vienen a Esparta —dijo uno de los guardias. Se ubicaba en el centro de la fila y su tono era tan relajado como seguro.

     —Tengan ustedes mis saludos y mis respetos, nobles espartiatas. —Artemis captó que Temístocles se refería a ellos como "espartiatas", no como "espartanos". Los espartiatas eran la clase espartana de mayor derecho y mejor posición económica y social de la ciudad: la élite de Lacedemonia—. Mi nombre es Temístocles, arconte de Atenas, y quienes me acompañan son el general plateo Timón y Artemis, su pupila, ateniense como yo. Hemos venido desde Atenas para ver al rey Leónidas.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora