Capítulo 17: Preguntas

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"La muerte podría ser la más grande de las bendiciones"

Sócrates



Posada La Tormenta


La habitación era pequeña y oscura, con manchas de humedad en las paredes y moho, además de estar cubierta de polvo y con telas de araña en cada esquina. Paltibaal encendió varias velas que distribuyó por aquel lugar lúgubre y logró crear el ambiente perfecto para su propósito.

     Llevaron al hombre tomándolo por las axilas y arrastrando los pies. Estaba pálido, y el muñón de la mano se veía espantoso. Paltibaal lo ató por los codos con los brazos detrás de la espalda. Luego ató sus pies y le pasó una soga alrededor del cuello. Por último, aventó uno de sus extremos a través de una viga del techo y volvió a agarrarlo al caer del otro lado.

     Timón llegó cargando una mesita y un saco cerrado con algunos elementos prácticos que preparó delante del prisionero con absoluta parsimonia y tranquilidad. Detrás suyo apareció Temístocles, que repasó con la mirada el escenario y dio la orden de empezar.

     —Adelante —dijo.

     Paltibaal tomó la primera cubeta de agua y se la vació en la cara al prisionero para despejarle las ideas. El hombre, medio inconsciente, se despabiló lo mejor que pudo y levantó la vista hacia ellos tres.

     —Mi nombre es Timón —le dijo—. Y estos hombres de aquí son Paltibaal y Temístocles. Aunque creo eso ya lo sabes.

     —Muérete... —respondió, y escupió al suelo.

     Timón chasqueó la lengua y meneó la cabeza.

     —Empezamos mal —dijo—. Pero no te preocupes, todavía puedes evitarte mucho sufrimiento, créeme. —Timón se cruzó de brazos y lo miró fijo—. Te diré lo que haremos: vamos a jugar un juego. Yo hago hago preguntas y tú las respondes. Empezaremos por algo sencillo, como para romper el hielo. ¿Cuál es tu nombre?

     —Vete a la mierda, plateo hijo de puta...

     —Es una pena —dijo Timón, y acercó su cara a la de él—. Una segunda oportunidad... ¿Cuál es tu nombre?

     —Tú, el ateniense de mierda este y ese fenicio maricón que lo acompaña a todos lados oliéndole el culo. No van a sacarme nada.

     Timón puso cara de ofendido.

     —¿Ah, no? Creería que sí. A ver...

     Timón tomó un saco pequeño manchado de sangre, lo abrió, sacó la mano cercenada del prisionero y se la arrojó sobre su regazo.

     El hombre perforó a Timón con una mirada desafiante y cargada de odio. Sacudió las piernas y dejó que su ex mano cayera de lado.

     —Si no quieres decirme tu nombre te pondré yo uno que me guste. Te llamarás Gusanito. No me mires así... nada personal, es que me hace acordar a la manera en que te arrastrabas lloriqueando por el suelo cuando te levantamos del piso.

     —Llámame como quieras, maldito...

     —¿Para quién trabajas? Es una pregunta sencilla... hasta un débil de mente como tú puede responder a eso, Gusanito.

     —Trabajo solo.

     Timón se rio.

     —Claro... ¿Y los otros once cadáveres apilados afuera trabajan solos también? Dio la puta casualidad de que todos decidieron matarnos al mismo tiempo.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora