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Anne escuchó vibrar su teléfono mientras manejaba. Estacionó y tocó la pantalla para leer el mensaje de su padre: “Te esperamos el viernes en casa.? :)” Rápidamente escribió una breve respuesta, “X supuesto. ;)”, y volvió al camino.
Anne Bentley vivía en Escocia casi desde el fin de la última batalla. Finalizó sus estudios universitarios rápidamente obteniendo el título de administradora de empresas, motivo por el cual estaba al frente de la administración financiera y logística de la fundación creada por su padre y amigos. Era de allí precisamente de dónde venía esa noche ansiando recostarse y leer un buen libro después de un día largo y difícil.
Ella estaba a cargo, además, de la selección final de proyectos especiales; en pocas palabras decidía quién merecía ayuda, cuánta y en qué momento. Si bien contaba con un grupo amplio de especialistas encargados de la selección más rigurosa, algunos le eran derivados para una segunda opinión o aprobación final en casos delicados. Una simple firma de ella podía cambiar la vida de una o varias personas, o no. Era la parte que más detestaba de su trabajo y eran muy pocas las veces en que no colocaba su firma en la aprobación final. Tal vez se tomara unos días para investigar más a fondo, pero si el caso llegaba a ella generalmente era aprobado a la larga. Esta noche varias carpetas estaban en su bolso esperando ser leídas. “Pueden esperar un día más.”, pensó al entrar a su departamento y quitarse los zapatos.
Anne tiene un estilo informal de vestir excepto cuando hay  reuniones importantes, como el día de hoy. La primera vez que sus amigos la vieron enfundada en su traje no podían creer que se tratara de la misma chica que años atrás corriera en zapatillas, jeans y remera tras su padre para atacar a sus enemigos utilizando las propias extremidades que les arrancaba a los cadáveres que las sombras ocupaban. Ahora, con casi cuarenta años, al menos un par de veces al mes las zapatillas eran reemplazadas por tacos, los jeans por faldas y las remeras por blusas y sacos.  El resto del tiempo usaba ropa lo más informal posible al igual que el personal que dirigía.
Su vida no fue menos particular ni sencilla que la de los Kloster. Con un padre mitad demonio que huyó del infierno siglos atrás, llevaba en ella una parte de su sangre oscura la cual era controlada por su alma humana hasta que ella la liberaba. Ambos se parecían físicamente y la diferencia de edad real no era notoria: Ethan tenía diez veces más años que su hija, pues envejecía a un ritmo extremadamente lento. Anne no heredó esa capacidad pero sí los peculiares ojos rojos de su padre y el cabello rubio de su madre, quién muriera cuando ella era aún pequeña. Es por eso que se presentaban como primos, pues al principio era increíble que Anne pudiera ser su hija. Al casarse Ethan y Sophie, él empezó a envejecer a ritmo más normal sin explicación alguna excepto que ambos envejecieran juntos  pues uno no sobreviviría sin el otro. Kay adoraba esa explicación romántica.
La relación entre Sophie y Anne siempre fue excelente, si bien ambas solo tienen un par de años de diferencia. Emma consideraba a Anne una segunda madre y hablaban constantemente, era su madrina y parte esencial de su familia; ella y Anne sabían todo respecto a lo que sentía por Gabe.
Anne adoraba a su ahijada por varios motivos; uno en particular, el más doloroso, era porque ella no tenía hijos. Ya no.
Conoció a Andrew al iniciar su carrera, Anne por ese entonces era sociables, cálida y divertida; excepto en lo que a su pasado y familia se refería. Al tocar el tema se transformaba en un témpano de hielo hermético. Para Andrew tanto secretismo de su parte le resultaba incómodo, pero más incómodo se sentía en presencia de su “primo” que lo observaba como un bicho raro al que debía aplastar pese a que Ehan, curiosamente, no tenía nada en contra de él y hasta podría decirse que le agradaba.
El mismo año que nacieron Gabriel y Bree, ella dio a luz a Michael. Ese día, por petición de ella, solo Ethan y Sophie estaban presentes con Andrew. Los padres de él habían fallecido pocos años atrás por lo que la única familia que tenía eran un par primos que visitaba muy de vez en cuando. Sin embargo la situación ya lo tenía más que harto pues sentía que era la pareja de una mujer con un pasado más que turbio. La amaba más allá de toda duda, pues aún estaba a su lado, pero la montaña de secretos era cada vez más y más grande. Quién era realmente ese viejo del cementerio al que visitaba sola todos los sábados sin falta.? Por qué sus ojos brillaban extrañamente cuando se enfadaba y en ocasiones demostraba una agilidad y fuerza más que peculiares.? Quiénes eran esos amigos distantes con los cuáles compartía cosas que con él no.? Las preguntas eran hechas y al mismo tiempo ignoradas. Andrew en verdad la amaba. Hasta ese día.
- Por qué tardan en traerlo.? Dónde está Michael.? –preguntó Anne dolorida en su cama del hospital.
- Lo están preparando, ten calma. –afirmó Andrew.
- Puedes ir a ver qué sucede con Michael.? –insistió.
Ethan asintió y partió con Sophie.
- Anne, tenemos que hablar.
- De qué.?
- De nosotros, de cómo seguirá esto. Ni siquiera estamos casados, sabes todo de mí pero solo sé algunas cosas de ti.  Tienes más secretos que el FBI y por momentos la chica tierna de la que me enamoré es reemplazada por una especie de espía rusa.!
- De acuerdo, qué quieres saber.?
- Por qué tanto secretismo entre ustedes.? Acaso son buscados por la ley o algo así.?
- Algo así, fue hace algunos años pero la sensación tarda en desaparecer.
- Algo así.? Ok, y qué hay de tu primo.? Por qué tiene esa mirada asesina conmigo.?
- Es su mirada normal. –sonrió- Si tuviera algo contra ti ya te hubieras enterado, créeme. Qué más quieres saber.?
- No lo sé, muchas cosas pero temo preguntar y recibir las mismas evasivas….
- Pregunta. Te diré solo la verdad.
- Bien… por qué tus ojos brillan a veces y pareces… no sé… poseída.? Tienes algún problema ocular.?
- No, tengo sangre demoníaca que heredé de mi padre. A él le cuesta más controlarlo pero yo no tengo problemas salvo que me enfade en serio.
- Sangre demoníaca… de tu padre… al cual no ves hace años…
- En realidad acaba de salir, mi primo es mi padre. El no envejecía normalmente hasta que conoció a Sophie, así que tiene varios siglos de historia. Yo tengo la edad que aparento porque no heredé su longevidad.
- Ajá, deja ver si entendí: tu primo es tu padre, Sophie es tu madre y Emma es tu hermana.
- Sophie no es mi madre, ella falleció cuando era pequeña. Ethan se casó con ella un año antes de nacer Emma.
- Y pretendes que crea todo este delirio.?
- Este delirio es solo una parte de otro delirio aún mayor que resultan ser nuestra vidas y la de mis amigos.
Tres médicos entraron en la habitación interrumpiendo la charla. Ninguno tenía el aspecto alegre que podía esperarse de la clase de médicos que traen gente al mundo.
- Dónde está mi hijo.? –preguntó sobresaltada Anne.
- Ha habido algunas complicaciones… -titubeó el primero acercándose a ella.
- Qué complicaciones.? –exigió saber Andrew.
- Durante el parto todo estuvo bien, pero luego sus órganos empezaron a fallar uno tras otro y…
- y qué.?!
- Lo lamento, pero Michael falleció al poco tiempo de haber nacido.
Los ojos de Anne destellaban como dos rubíes incandescentes. De un salto pasó de estar en la cama a estar estrangulando con la manguera de suero que aún pendía de su brazo al médico que le dio la noticia. Andrew intentó apartarla pero fue arrojado contra la pared como un monigote, los otros dos médicos intentaron huir pero se encontraron con Ethan al abrir la puerta. Al ver el cuadro lo primero que hizo fue noquear a los dos médicos restantes mientras Sophie liberaba al tercero antes que Anne lo matase. Los ojos de Ethan eran igualmente rojos y los de Sophie extremadamente claros. Andrew permaneció inmóvil en el sitio donde aterrizó. Ethan tomó la cabeza de su hija entre sus manos intentando calmarla mientras ella le propinaba feroces golpes que sonaban como mazazos contra una pared. Finalmente se dio por vencida y abrazó llorando desconsolada a su padre. Sophie verificó que los médicos estuvieran solamente magullados.
- Qué son ustedes.?! –exclamó Andrew.
- Gente complicada. –respondió Sophie- Anne te necesita, ve con ella.
- Yo… es demasiado… lo siento…
- Si sales por esa puerta, más te vale cerrar la boca y jamás volver. –sentenció Ethan.
Andrew titubeó un par de segundos y huyó corriendo dando un portazo.
- Lo siento mucho. -dijo Sophie al sentarse junto a Anne y acariciar su espalda. –Andrew…
- Se ha ido. Una sola tragedia tuvo lugar hoy: la muerte de mi hijo, nada más importa ni será recordado. Sophie.! –dijo con una luz de esperanza en sus ojos- Tú tal vez puedas hacer algo.! Ve por Michael, intenta revivirlo.!
- Yo… solo lo hice una vez, con ayuda de Sam y Ayden… no sé si…
- Inténtalo.! Júrame que lo intentarás.! –rogó tomando sus manos.
- Claro que lo haré. Ya mismo. –dijo levantándose.- Ethan; tú quédate. Ella te necesita, puedo hacerlo sola.
Sophie bajó por el ascensor hasta el subsuelo, buscó las taquillas y tomó una bata blanca para luego seguir los letreros que la condujeran a la morgue.
Una vez dentro y sin nadie a la vista revisó el libro de entrada, la más reciente debía ser Michael. Y así fue. En una camilla había un diminuto cuerpo cubierto con una gran sábana. La etiqueta, que usualmente colgaba del dedo gordo del pié, estaba colocada en torno al minúsculo tobillo. Respiró hondo y retiró la sábana revelando el cuerpo de quien hubiera sido Michael Listrepp Bentley. Secó las lágrimas de sus ojos y posó sus manos sobre el cuerpo. Una, dos, tres veces. Nada. Michael existió en este mundo tan solo un suspiro. Cubrió el cuerpo y salió rumbo a la habitación.
Ethan encontró el teléfono de Anne que vibraba histérico dentro de su bolso. Había una veintena de mensajes de Sam y Ayden preguntando si todo estaba bien. Ellas lo sabían, sin importar la distancia sabían que algo andaba muy mal. Pero no era él quien debiera contestar esos mensajes ni dar la pésima noticia.
Lo ojos de Anne se abrieron expectantes al entrar Sophie, pero un movimiento horizontal de su cabeza borró todo rastro de esperanza en segundos. 
Al recobrar la conciencia los médicos vieron a tres personas sufriendo una gran pérdida, y si bien una de ellas aún sentía el dolor en el cuello, ninguna jamás hizo la denuncia. El cuerpo de Michael fue enterrado junto al de Emily, bajo el gran árbol del cementerio. Sabía perfectamente que Duncan, guardián del cementerio, cuidaría de él y tal vez Nate y Emily, los fantasmas y amigos condenados a permanecer allí, pudieran darle la tranquilidad del paradero del alma de su hijo, ya que él tenía la sangre mestiza como ella.
Todos los sábados por la mañana Anne visitó el cementerio y habló con ellos, durante casi dos décadas. Nunca halló la respuesta que buscaba, nunca supo el destino del alma de su pequeño aunque le aseguraran que tuvo el mejor de los destinos.
Sentada en su cama mientras observaba el ocaso a través de la ventana y se quitaba el traje inmersa en su pena, recibió un mensaje de Sam: “Todo bien.?”. “Todo bien.”, mintió y rompió a llorar como todos los viernes por la noche, desde hace casi veinte años.
Su hijo ya no estaba. Nunca más nada estaría bien.

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