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Irlanda, tierra natal de Desmond Mills; el lugar donde Hoffman lo hallara años atrás para su suerte y desgracia ya que Des poco más hubiera sobrevivido sólo en las peligrosas callejas de Dublin.

La mayoría de los recuerdos que tenía de su infancia eran malos, solo un par rescataba de entre la maraña difusa de hambre, frío y miedo: aquellos en los que tuvo la compañía y ayuda de chicos que como él vagaban intentando salir delante. Sin embargo poco antes que llegara Hoffman ambos desaparecieron sumiéndolo nuevamente en la soledad y nunca más supo de ellos, jamás volvió a ver a Ian ni Erin. El le enseñó a defenderse, ella a esconderse. Los tres permanecieron juntos varios años, Des pensó que al crecer se aburrirían de él o lo considerarían una carga abandonándolo de un momento a otro, pero eso no ocurrió. Eran una familia, la que nunca tuvieron.

Ya mayor volvió un par de veces al país que tuviera el nombre de su amiga y las más verdes colinas que haya visto, pero nunca los halló. Erin solía bromear diciendo que su nombre provenía de la diosa Eire, quien habitara y diera nombre a Irlanda, y por tanto era su sucesora y le debían respeto. Siempre la conversación terminaba de la misma manera: Ian y Des persiguiéndola gritando que con gusto la obedecerían... después de comprobar si era inmortal.

- Estás bien.? –preguntó Rose al verlo parado tieso en el aeropuerto.

- Eh.? Ah... sí, solo recordaba... Aquí nací, sabes.? Un par de veces a la semana nos acercábamos a este aeropuerto buscando comida o el calor de los sistemas de aire...

- Lo siento, yo...

- No lo hagas, mi infancia ha sido dura pero he sobrevivido; es más de lo que puedo decir de otros.

- Bien, ya que conoces el lugar serás mi guía. –dijo tomándole el brazo para levantarle el ánimo- A dónde vamos, Brian.?

- Al centro, Kara. A mi antiguo barrio. –afirmó al detener un taxi y subir detrás de ella.- Avisa que ya llegamos.

Rose tipeó rápidamente un breve mensaje y guardó el teléfono en su bolso mientras observaba el paisaje gris y nuboso desdibujarse alrededor por las ventanillas.

La elección de Des fue sobria, se trataba de un bonito hotel a un par de kilómetros del centro. No era lujoso pero tampoco una ratonera como en la que se vio recluido Gabe. Las habitaciones estaban comunicadas por una puerta interna de tal forma que podían cruzarse sin necesidad de salir.

Una vez instalados iniciaron su primera ronda de reconocimiento al edificio donde funcionaba la sede de Kérberos, la organización involucrada con Hoffman. Se trataba de una construcción enorme con más de diez pisos, un garage y una entrada principal. No había otras vías de acceso excepto por lo que parecía ser un helipuerto en la azotea. La seguridad a simple vista era impecable, dos guardias armados fuera y otros tantos dentro. Se traba de personas con uniforme y otras de traje que paseaban por el hall y a veces salían y recorrían la acera hasta las esquinas. Entrar no sería sencillo y huir parecía imposible.

Tras varios días de buscar patrones y cambiar su apariencia para evitar la mirada curiosa y atenta de los guardias, llegaron a la conclusión de que la única forma de entrar sería por la puerta principal. Los guardias que daban acceso al garage verificaban minuciosamente cada papel e identificación, más aún que los del mostrador central. Apostado en la terraza de un edificio, Des observó a través de binoculares la operatoria mientras Rose deambulaba anotando el tiempo que tardaba cada guardia en ir, venir y rotar.

La persona que pretendiera entrar debía contar con una identificación que le diera acceso a través de los molinetes. Dos guardias estaban atentos a la luz verde que debía encenderse, bastaba con un error para que rodearan a la persona e intentaran ellos mismos acceder. Una sola vez en los cuatro días que Des estuvo apostado pudo observar una luz roja encenderse tras tres intentos. La persona fue llevada a rastras en medio de pataleos y protestas escoltada por los guardias que de inmediato cerraron y bloquearon el acceso. Más guardias aparecieron en segundos y solo cuando la persona desapareció de la vista y uno de ellos recibió la orden, las puertas de Kérberos volvieron a abrirse al escaso público que ingresaba. Des nunca vio salir a esa persona que más tarde dieran por desaparecida en el periódico para el cual trabajaba.

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