2 - Hagamos Historia

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K.

- ¿Así que un príncipe? – dijo Val al entrar a mi casa.

- ¿Tú crees? - solté - ¿qué de especial tiene venir a vivir desde Dinamarca, que ni sé como es, a Carolina del Norte?

- Esa está más loca – añadió refiriéndose a Margarita – lo más probable es que sea un viejo verde, todos esos príncipes lo son, o sea, fíjate en la reina Isabel, tiene 200 años y aún vive, y su hijo cuándo reinará, o peor, cuánto tiempo, un mes o dos, y es tal como dices, de ser un príncipe o alguien importante jamás vendría a vivir aquí.

- Bien obviemos eso, de igual forma cuando se muden lo descubriremos, entonces ¿qué hacemos hoy?

- No lo sé… - meditó por unos minutos de una forma muy teatral.

- No volveré a jugar ese estúpido videojuego.

- Ok ok – sonrió alzando los brazos – ¿cuándo vuelve tu mamá?

- Mañana, supongo que llegará en la tarde el viaje desde Boston es bastante largo.

- Oh ¿así que fue a verlo?

- Sí, ya hacía tiempo que no iba – respondí por lo bajo.

Nuestra familia vivió en Boston durante mucho tiempo, no fue hasta que mamá conoció a mi padre que se mudó para acá, y cuando se fue nos quedamos desamparadas, ella había comenzado a trabajar pero aún así no teníamos un ingreso lo suficientemente grande como para el alquiler y todos los demás gastos, así que nos las apañamos como pudimos y fue gracias a la familia de Valerio, a su madre y su abuelo concretamente, que pudimos salir a flote, por así decirlo.

Viví por varios meses en la casa de mi mejor amigo, meses en los que su hermano aún estaba ahí, y a pesar de ser una familia numerosa, con miembros extra, en una casa pequeña, fueron buenos tiempos, en los que papá Sebastián, su abuelo – mi abuelo – mandaba en ese hogar.

Tiempo después mamá finalmente comenzó a trabajar en la agencia de la madre de Margarita y sus ingresos fueron más estables, nos mudamos a un piso pequeño donde dormíamos juntas y sobrevivíamos con lo básico, pero yo lo comprendía.

La situación empeoró cuando nos enteramos que el banco había embargado la casa de mis abuelos en Boston, mi tío Vincent fue a parar a prisión, por evasión de impuestos y mi abuelo, mi enfermo abuelo, quedó desamparado, por lo que lógicamente mi madre se debió de encargar de él, fue así como en el piso de uno, que compartíamos dos, nos apretamos y vivimos tres.

El abuelo Andrew siempre fue muy alegre, y aunque estaba enfermo nunca dejó de sonreír y hacer felices a los que le rodeaban, recuerdo que terminó siendo tan amigo de papá Sebastián como Valerio lo es mío. El punto es que un día, un día de suerte, mi abuelo que tenía la manía de gastar el poco dinero que le sobraba de su pensión en billetes de lotería – como imaginarás – la ganó.

No nos volvimos millonarias, pero sin duda eso ahogó nuestras deudas, mamá compró esta casa, y pagó la fianza del tío Vincent, junto a todas las deudas que él tenía, y le entregó la mitad del dinero que el abuelo había ganado, recuperó la casa antigua y las cosas mejoraron, pero no para todos, el abuelo terminó empeorando tanto de su enfermedad que no pudo disfrutar de su suerte.

Las cosas se calmaron por un tiempo hasta que sucedió la otra tragedia, la muerte de papá Sebastián, de más está decir todo el dolor que causó ese suceso; pero los golpes no terminaron ahí, a los meses la esposa de mi tío llamó entre lágrimas a mi mamá para decirle que a él le habían detectado la misma enfermedad que al abuelo.

Tristeza, tristeza y más tristeza; mamá y yo vivimos envueltas en una espiral de llantos por un tiempo y eso fue lo que me hizo dejar en segundo plano mi vida universitaria, no tenía cabeza para eso en esos momentos, y a pesar de que mi tío no ha muerto, su situación no es la mejor, digamos que empeora cada mes, y lo único que nos resta es visitarle en el tiempo que tengamos libre y hacer de sus días restantes los más cómodos, y es precisamente haciendo eso en lo que se encuentra mi madre.

- Tengo una idea… - Val me sacó del trance.

- ¿Ajá?

- ¿Porqué no volvemos a ir al parque durante las tardes?

Era un método de escape que Lerio tenía cuando las cosas en su casa se ponían feas, íbamos al parque y nos acostábamos en el pasto, a mirar el atardecer, esos naranjas nostálgicos que no te hacen sentir mejor, pero te envuelven en su propia melancolía y hacen que el tiempo pase sin darte cuenta.

- Suena bien… - le dije.

- Lo necesitamos K, y esta vez no soy solo yo – respondió el Valerio serio y protector que a pesar de sus locuras y sus problemas siempre tenía unas palabras de aliento.

La caminata fue rápida y llegamos al sitio desolado e hicimos lo de siempre, él se lanzó al suelo a disfrutar del atardecer, mientras que yo permanecí sentada a su lado con la cabeza sobre mis brazos cruzados, que descansaban sobre mis rodillas, pensativa e inerte.

- Qué vida más aburrida llevamos – musitó él sin mirarme – en serio, ni siquiera sexo tenemos Kiera… - en fin, maten ese aburrimiento y entren en otros temas.

- Bueno, tú no puedes quejarte, tuviste tu último novio hace mucho menos tiempo que yo… - reí recordándolo.

- Sí, Thomas… - alcancé a ver su sonrisa y la imité, pero cuando iba a decir algo más, una caravana de autos, bueno, cinco para ser exactos, bordearon el parque en dirección a la mansión.

- Valerio mira – dije y él rápidamente se repuso.

- ¿Qué sucede?

- Ves esos autos – dije señalándolos.

- Obvio no soy ciego.

- ¿Será?

- ¿El príncipe?

Nos miramos con asombro y con los ojos tan abiertos pude notar como lentamente se elevaba la comisura derecha de mi amigo, en una sonrisa maliciosa que solo tenía un mensaje, uno del que nos arrepentiríamos tanto.

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Hola, hola, aquí tienen el segundo capítulo, seguimos conociendo a este par y su pasado para en las líneas finales descubrir lo que será el inicio de su futuro...

Espero que les guste, y si es así espero un VOTO por aquí abajo.

Hasta mañana, mis TRESES.
( ◜‿◝ )♡

TRES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora