38 - El Juego de la Muerte

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K.

¡Woaaahhh! – gritó con euforia Hans mientras corría tirando de mi mano.

Segundos atrás nos habían dado la orden de muerte, por lo que debíamos salir de aquí lo más rápido posible si queríamos sobrevivir.

Al girar una esquina nos encontramos con un hombre, alto, corpulento y calvo, tenía un tatuaje en forma de cruz que cubría su rostro y en sus manos llevaba dos cuchillos y sonrió de lado cuando nos vio, adoptando una postura ofensiva.

Quédate atrás, y si sucede algo corre hasta mi despacho, busca cualquier arma ahí e intenta escapar…

No dijo más, comenzó a correr hasta el hombre con una postura baja, pero no vi nada más, no cuando el asesino lanzó su primer ataque en contra de Hans, me tapé los ojos y recé internamente que todo saliera bien; los nervios, el miedo, las ganas de vivir se apoderaron de mi mente, mientras yo solo temblaba y mordía con fuerza.

Kiera…

La voz que me llamaba me sacó de mi timidez, cuando volví a mirar, el calvo yacía degollado en un charco de su propia sangre sobre el suelo; mientras Hans me miraba sonriente con sus típicas manchas del rojo líquido.

Tenemos que seguir…

Tomó mi mano y continuamos corriendo; y por primera vez comprendí que matar, cuando jugabas a asesinar o morir, no era del todo malo. Y en este juego me había tocado el mejor acompañante, después de todo ¿qué puede ser mejor para enfrentar a un asesino que otro?

Entramos en su despacho y cerró la puerta a nuestras espaldas, poniendo todos los seguros del lugar y algún que otro mueble tras ella, mientras rebuscaba en su escritorio.

Maldición – soltó y rápidamente me alarmé.

¿Qué sucede?

Ese hijo de puta…

¡Hans! – bramé exasperada y asustada en partes iguales, por no comprender nada.

Shhh – siseó llevándose el índice a la boca – no grites, ellos estarán cerca…

Y tenía razón, tras pronunciar esas palabras se escucharon estruendosos golpes tras la puerta, me aparté de ella instantáneamente buscando seguridad, mientras Hans recorría el sitio con la mirada.

Supongo que esto servirá – musitó mientras tomaba uno de los sables de esgrima que tenía sobre una estantería

Lo miré confusa pero antes de poder preguntar algo me dio una de las dos dagas que había tomado del primer muerto.

Úsala si estás en peligro.

Nuevamente me quedé sin palabras cuando tomó la silla en la que siempre se lo veía sentado y la lanzó contra la ventana, que estalló en mil pedazos hacia afuera, saliendo por ella tras esto.

Ven, te ayudaré.

Me limité a seguir sus palabras cuando los golpes tras la puerta se hacían cada vez más fuertes, subí a la ventana con tanta rapidez que terminé por cortarme en varios lugares y manchar el vestido – recordemos que era blanco – pero eso no importó.

Tuve la ligera impresión que verme así de ensangrentada le hizo gracia, porque me tomó por la cintura para terminar de colocarme en el suelo con una mirada que ya conocía bien. Una vez fuera utilicé el cuchillo que me dio para rasgar mi ropa y facilitarme la movilidad.

TRES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora