XII

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Una estrella de la soledad eclipsa brevemente el halo dorado de un protagonista.

Luo Binghe nunca se percata de ello, solo sabe que un evento desafortunado hizo que el poco dinero que tenía se dispersara entre las calles imperiales mientras huían de unos guardias. Tres días después, él comienza a entender la difícil carga que tenía su madre al realizar un viaje de un país a otro. Quizás de pequeño él no comprendía nada, porque solo recuerda los grandes paisajes y la sonrisa de su madre: una sonrisa llena de calidez que podía apartar las preocupaciones del mundo.

Ahora, en la oscuridad de la noche, Luo Binghe se pregunta si él mismo puede generar esa misma sonrisa, pero es imposible. No puede hacer nada más que suspirar, mirar los huecos de la leñera en la que se encuentra y mira a los dos niños dormidos alejados uno del otro.

A-Ying continúa siendo jovial y despreocupado, mantiene esa chispa infatigable de curiosidad. Él niño habla todo el tiempo, disfraza el silencio de su congoja con sus ocurrencias y travesuras. Binghe sabe que un día se agrietarán esos muros y no sabrá cómo reaccionar ante el caos que habrá en el interior de su hermano.

¿Y Hong-er? Binghe mira su brazo, ahí está un hematoma que el pequeño niño le provocó. Luo Binghe se alegra de haber sido él quien intentó acobijar a Hong-er con un pedazo de manta y no Wei Ying. Antes de que él pudiera acercarse, Hong-er lo recibió con una patada.

En estos días, Luo Binghe reconoce que Hong-er es una persona desconfiada. Tiene un temperamento volátil e irritable. Prácticamente ese niño le desagrada casi todo el mundo que conoce. Él habla muy poco y cuando lo hace, sus cometarios son mordaces, crueles y astutos. A pesar de todo Binghe entiende, entiende que ese niño en toda su corta vida ha asumido que cualquiera lo odiaría o si alguien intentara amarlo se rendirían con él en el momento en que vieran lo complicado que es en realidad. Incluso ahora, Hong-er sigue esperando el rechazo, pero eso no sucederá, nunca.

Porque Luo Binghe y Wei Ying hicieron una promesa, además, ambos conocen ahora lo que es estar solo.

A veces, Binghe se pregunta qué hubiese pasado si nunca hubiese aparecido ese cultivador de ropas verdes... ¿Su madre estaría muerta? ¿Él se convirtiera en un méndigo? ¿Y Wei Ying estaría muriendo de frío en las calles de Yilling? Nadie sabe...

Él aprieta inconscientemente el jade que hay en su cuello y sisea de dolor cuando recuerda las llagas en las palmas de sus manos.

A pesar de estar afueras de la ciudad imperial, el campo no es el mejor lugar para conseguir dinero. Muchas personas están renuentes por dar asilo a niños huérfanos, aun así, Binghe se empeña por insistir en cortar leña, cargar sacos de arroz o cualquier trabajo con tal de tener un techo momentáneo o un poco de alimento. Hoy tuvo éxito. Están en una leñera gracias a su trabajo por cortar leña todo el día, arrancar las malas hierbas y ayudar en los campos de cultivo.

Wei Ying también hizo su mayor esfuerzo, pero no pudo hacer mucho, las heridas de Hong-er requerían atención y los perros que merodeaban los campos le impedían avanzar. Luo Binghe suspira una vez más, sabe que no puede quedarse mucho tiempo en este lugar, a lo mucho solo unos dos días más antes de que los propietarios los echen. De alguna manera comenzaron a comportarse hostiles tan solo a ver a Hong-er, Binghe no entiende el por qué.

Él mira a los niños, Wei Ying está roncando, sus brazos sobresalen de la manta y Binghe los acomoda para que no pase frío; por su parte, Hong-er está encogido, su sueño es ligero, todavía no tiene confianza en ellos.

Binghe toca su jade atado a su cuello, respira profundo y con calma desliza la otra manta en el pequeño cuerpo de Hong-er. El niño abre su ojo, tensa la mandíbula y Binghe se aleja un poco.

Siblings AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora