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Capítulo 41

Meng Mo no tuvo oportunidad, en el instante en que Luo Binghe liberó su sangre demoníaca, hubo un muro impenetrable que lo separó de la conciencia del muchacho. Ciertamente intentó varias veces sobresalir, advertirle, pero fue en vano. En poco tiempo se convirtió en un espectador, parasitando las energías, tratando de canalizarlas para que no fuera diluído en este descontrol de conciencia. Después de mucho tiempo, finalmente comprendió que este ser podría causar la destrucción de los tres reinos si sus recuerdos siguen completamente desordenados.

La angustia y el sufrimiento constante ha orillado a Luo Binghe al casi quiebre de su cordura y su alma. A pesar de todo, es increíblemente afortunado este mestizo: su obstinación y rencor lo han rescatado más de una vez.

Sin embargo, estar ante la presencia de Xin Mo es completamente intimidante. Cuando sintió su presencia que trataba de devorar los meridianos del niño, necesitó toda su energía para bloquear las intenciones de aquella espada. Debilitado, Meng Mo nunca imaginó que un fragmento del alma de Shen Qingqiu poseyera la espada y llegaran a esto.

El paisaje es más que familiar a simple vista;  las cámaras privadas de Shen Qingqiu. Y no es un recuerdo como solían ser los delirios de Luo Binghe en sus momentos más oscuros.

Es un pasaje onírico, completamente poderoso.

Lo alarmante de esta situación es que este pasaje está arraigado con los recuerdos de Luo Binghe. Cada recuerdo conlleva una emoción y con emoción, hay energía. Para decirlo en términos humanos, este Shen Qingqiu ha entretejido el fragmento de su alma con la de Luo Binghe para tener absoluto control. Si Luo Binghe intentara romperlo, rompería su cordura al mismo tiempo.

Una autodestrucción inevitable.

Ahora todos están aislados en este pasaje. Quizás en el mundo real pasen días, meses, incluso siglos y aquí no habrá cambio alguno, encerrados en un tiempo estático, infinitivo.

Meng Mo se extiende a través de la conciencia, alcanzando a Luo Binghe pero es inútil. Luo Binghe divaga como un loco, las palabras de Meng Mo son como hojas caídas arrastradas por el viento. El niño está ensimismado ante la devoción del pasaje onírico, deleitándose con la imagen de su maestro.

De todas las cosas que más le atrae a Meng Mo es la psique humana, sin embargo, con Luo Binghe es diferente. Siempre hay un sentimiento frustrante con ese niño. En este instante toda atención, toda energía, toda voluntad está ofrecida para este Shen Qingqiu.

Pero Meng Mo sabe que este no es Shen Qingqiu.

Aunque la apariencia es idéntica, las energías no son iguales.

Hablando de una manera cruel, a este Shizun no le importa la vida o la muerte de Luo Binghe. Y si algo sabía Meng Mo, es que el Shen Qingqiu de antaño, nunca, ni siquiera en un entrenamiento, utilizó un aura brusca ante Luo Binghe. Y aquí, sin importar la mirada o el movimiento, cada segundo hay una presencia asesina.

—Niño…

Su voz tiembla por el esfuerzo cuando los dedos de Luo Binghe finalmente rozan el cuerpo de Shen Qingqiu antes de ser pateado. El muchacho cae, alza la cabeza, extendiendo de nuevo sus manos, como un poseído.

'Tan desesperanzado con mala vista y juicio. Te arrepentirás de aferrarte a alguien, niño, ese no es tu Shizun…’

Su voz se diluye entre la constante letanía de Luo Binghe, quien mira a este maestro inmortal.

Sus ojos arden, su visión se nubla. Sin embargo, las lágrimas que contiene Binghe no caen, Shizun dijo una vez que sin llorar y… la inquietud ante el recuerdo le impide respirar  libremente.

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