VII

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Atravesando lentamente las veredas alejadas de una ciudad imperial, camina una mujer. El tiempo ha agregado más líneas en su rostro y sus manos sostienen fuertemente algunas verduras. Esta tierra extrajera es dura a pesar de aparentar ser un país fructífero, lleno de tesoros, conocimiento y música celestial. Xian Le ignora por completo las necesidades de la clase menos privilegiada, a las personas comunes, a los que realmente sufren. Por eso, ahora ella ha decidido irse, estar aquí por tres años le han enseñado suficiente. Además, tiene una ilusión: regresar a su tierra natal y hacer todo lo posible para que Luo Binghe sea capaz de volverse un cultivador.

Su pequeño hijo mayor no ha comendado nada al respecto, pero no es necesario: cada vez que Binghe mira ese jade, recuerda una y otra vez a ese cultivador de ropas verdes. Su hijo siempre alaba a ese hombre, la forma en cómo podía mover las hojas con su poder espiritual, el aspecto elegante y erudito del hombre dejaron una huella permanente en el niño. Quizás, un día después, su hijo pueda agradecerle a ese joven cultivador.

¿Y Wei Ying? ¿él también querría ser cultivador? Sin duda él sería uno de temer: desde que lo acobijó, él ha sido un torbellino en llamas que emerge de la tierra, un torbellino que cautiva a todos con su alegría e ingenio. Es posible que su infancia en las calles le haya desarrollado una alta resistencia al dolor y una despreocupación por las cosas vitales.

La mujer cierra sus ojos y siente plenitud. Si todo marcha bien, es probable que pronto emigren de nuevo; los viajes no siempre son sencillos, pero las risas de esos pequeños niños siempre opacan las más oscuras tempestades.

Se sobresalta al escuchar el sollozo, uno agónico e inhumano. Nada es más inquietante que ese sonido y aun así se atreve a investigar en los callejones. Un niño está encogido entre la tierra y el lodo; su cuerpo se ve débil y ennegrecido por los golpes y la suciedad, el pequeño tiembla, quizás de rabia, quizás de miedo. El corazón de la mujer se fragmenta en mil pedazos y con cuidado se acerca al pequeño niño que solo puede encogerse más.

—No voy a hacerte daño—. Ella murmura, despacio. Con cuidado, deja las verduras en el suelo y extiende sus dedos, tratando de tocar el brazo del pequeño. El niño no responde, aprieta los dientes y suelta gruñidos, como una bestia herida. —Por favor—.

La suplica funciona, porque el pequeño niño alza su rostro: hay sangre seca en su mejilla, pedazos viejos de tela sucia pretenden cubrir uno de sus ojos y hay golpes, golpes por todas partes. Su cuerpo grita de hambre, es pequeño, frágil y delgado, pero ella contiene la respiración cuando ve la pupila del niño.

No hay inocencia ni temor en aquel brillo. Solo hay rencor, una mezcla del odio hacia el mundo y hacia él mismo, tan latente como un incendio.

Ella no retrocede, respira lentamente y con cuidado permite que el niño la mire fijamente.

—¿Cuál es tu nombre?— Ella pregunta, el niño gruñe.

Ella suspira y saca de sus ropas un pedazo de tela. Siempre lleva uno consigo porque Wei Ying le encanta tener heridas en sus rodillas cada vez que juega en los árboles. El niño no responde y desvía la mirada.

—¿Uh? ¿No me lo dirás?— Ella ladea la cabeza y juega con el pedazo de tela para convertirlo en un intento de muñeco de tela. —Bueno, mi pequeño amigo podría ayudarte a limpiar tus heridas si dejas que se acerque...

El niño no dice nada, pero baja levemente sus hombros y permite que ella se acerque lo suficiente.

Ella inicia con los brazos, tiene rasguños y marcas de golpes. Las rodillas están en carne viva y ni qué decir de sus piernas.

Siblings AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora