XXIX

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El niño nunca desenvaina su cimitarra.

Eso es muy curioso, piensa el anciano mientras sacude su jarra de licor antes de dar un gran sorbo y escuchar los gritos, gruñidos y el golpe final. Cuando vuelve a buscar con la mirada al niño, lo ve tratando de levantarse, limpiarse la sangre de su labio, ajustar su cimitarra y preguntar a otro comerciante si le permite viajar en su barco.

Realmente es curioso, porque el muchacho se ve feroz: con ese parche negro, su gran altura y esa arma letal que lleva ahí. Y con todo eso, el muchacho nunca se atreve a lastimar a nadie. Claro, insulta, responde el golpe, pero nunca desenvaina su cimitarra. Si tanto afán tiene para largarse de este muelle, ¿por qué no simplemente asalta un navío o amenaza al mismo capitán?

Heh, que estúpido niño.

—Y ahí va de nuevo— dice el anciano cuando el muchacho vuelve a preguntar, es ignorado, pregunta más fuerte y luego recibe el golpe.

Bueno, el muchacho es muy estúpido, ingenuo pero persistente.

Si es rechazado una vez, lo intenta diez veces más, cada vez más feroz.

Al menos eso es lo que ha visto el anciano en los últimos días en los muelles de Yunmeng.

Cada mañana, cada tarde e incluso en la noche, es lo mismo. Ese niño siempre pregunta si alguien está dispuesto a llevarlo a otro país.

Lo triste es que nadie le hace caso alguno, con tan solo verlo sienten una terrible inquietud o sucede algo que ocasiona un mal augurio. Podría decirse que ese niño o está maldito o la suerte no está de su lado.

—¡Yo a ti te conozco! ¡Eres el hermano pequeño de Wei Wuxian!— El anciano mira a lo lejos. Un comerciante acaba de llegar de su barco, descargando barriles y cajas. Los demás trabajadores miran de reojo al niño de vestimentas rojas y sucias que gruñe al escuchar ese nombre. De pronto, hay una tensión en el aire. El comerciante también lo nota y fuerza una carcajada. —Sí que has crecido, ¿huh? Usualmente es tu hermano quien viene a recibir cartas, pero me temo que esta vez no traigo ninguna conmigo. Tu otro hermano no está en la montaña.

La voz del comerciante es estruendosa, pero la voz del muchacho es suave y profunda.

Es difícil mantener el ritmo de la conversación, el tumulto y el grito de otras voces del muelle impide escuchar con claridad.

Comienza a ponerse interesante el asunto cuando el comerciante frunce el ceño y cruza ambos brazos, mirando de arriba abajo al muchacho.

—Pero, ¿quieres irte sin decirle a tu familia?—

'Oh, así que tiene familia', piensa el anciano y se levanta.

Camina, tambaleante, pretendiendo estar ebrio hasta acercarse más y apoyarse en un barril y dar un gran sorbo de su jarra solo para escuchar mejor.

—Niño, no puedo llevarte a dónde quieres ir— contesta el comerciante y Hong-er aprieta los dientes.

—Trabajaré en tu barco, no pediré comida ni tendré paga, solo llévame a XianLe.

—Mi ruta comercial ya está trazada, desviarme significa pérdidas para mí, además no tardaré mucho en este puerto. Mañana partiré de nuevo a Cang Qiong...

El comerciante se rasca la cabeza, incómodo. Parece ser que el muchacho está haciendo esto a espalda de sus hermanos. Solo es cuestión de dar un vistazo para ver que no la está pasando bien: sus ropas sucias, su ojo con una leve sombra de desvelo y su rostro amoratado por golpes...

Siblings AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora