24. Abre la puerta.

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Narra Narradora

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Narra Narradora

Lizzy, lo dire una sola vez. —Pausó, tomando el picaporte—. ¡Abre la maldita puerta!

Una pelea se escuchaba afuera de la casa, y era por nada más y nada menos que por las hermanas Harper. ¿Pero como llegamos a esto? Déjeme explicarme desde el principio.

—Veo que te levantaste temprano, ¿Quieres desayunar? —La ojiverde le mostró el sartén donde ya hacían huevos.

—Si, supongo que si.

Sydney se había levantado con buen humor, quería darle algo especial a su hermana antes de irse a trabajar.

Estaba tranquila de cierto modo de dejarla sola, por que desde antes que llegara a Nueva York había escondido todo lo que tuviera valor en la casa en general en una caja fuerte que tenía escondida.

Dejando sin nada de dinero a Lizzy, además que había encargado a alguien que le hiciera de comer. Incluyendo que había en la cocina todo tipo de comida si quería otra cosa o solo comer una simple galleta.

En estos momentos ya hacía caminando hacia la librería. En sus manos tenía algunos tulipanes que había comprado en el camino para sus alumnos.

—Hola Joe. —La ojiverde saludó al castaño de un beso en la mejilla, sorprendiéndolo.

—¿Y esa sonrisa? —Se encorvó un poco, dándole un beso en la mejilla.

No era un secreto que Joe era más alto que Sydney.

—Mi hermana Lizzy está de visita, ya sabes, me extrañaba demasiado y a decidido quedarse unos días.

—Eso es genial, espero recuperen el tiempo perdido... Por cierto, sígueme. —Sin decir nada, siguió al castaño hasta la parte del fondo de la librería, encontrándose con la antigua puerta donde vio cruzar por primera vez a Joe.

—¿Piensas secuestrarme o algo parecido? —Bromeó, viendo como este tenía un sótano.

—Si eso es lo que quieres, lo haré un día. —Al escucharlo decir eso, y peor aún. Del como lo dijo, se sonrojo.

—¡Joe! —Gritó avergonzada, golpeando levemente la espalda de este.

Joe no era fanatico del ejercicio, pero ahora que está siguiendo a su siguiente objetivo, sabe que debe cambiar su forma de vida. Hacer pesas, cardio y pierna. Todo sea por alcanzar a la perra de Peach Salinger.

—Hey.. ¿Has estado haciendo ejercicio? —Sydney se acercó al castaño, poniendo su mano en su ahora, trabajadora espalda.

—Si, mover libros en algún punto debía ayudar con estos brazos, ¿no crees? —Pausó, acercando una caja en la mesa.

Y cuando Sydney se dio cuenta de la situación, se espantó un poco.

—¿Por qué carajos hay una jaula aquí? —Señaló está, casi botando sus flores y quedándose en las gradas.

𝐃𝐑𝐎𝐖𝐍 | Joe Goldberg Donde viven las historias. Descúbrelo ahora