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Germany
14 de agosto
6:00 am

Abrí mis ojos lentamente, me recibió la luz del sol y el insoportable sonido de la alarma entró por mis oídos haciéndome gruñir. Miré el reloj que indicaba las seis de la mañana y escuché el crujido de la puerta al abrirse.

—Hola, cariño— mamá entró a mi campo de visión con una sonrisa de oreja a oreja.

Me levanté quedando sentada en el colchón. La miré con el ceño fruncido cuando se sentó al frente de mí y acarició mi rodilla de forma cariñosa. Llevaba bastante tiempo sin entrar a mi cuarto y ahora estaba así conmigo. Era raro.

Habló y habló, cosas sin importancia imagino. Tenía muchos años de no prestarle atención alguna a sus charlas sin sentido. Nunca decía algo coherente y menos un día como hoy.

Yo estaba cansada. Quería seguir durmiendo y no verle la cara a mi mamá, joven y perfecta, más siempre con la misma expresión hipócrita.

—Germany— me sacó del punto fijo de la pared que estaba mirando sin prestarle atención a nuestra «conversación»—. Te estoy hablando, hija.

—Perdón, mamá. Creo que todavía estoy un poco dormida. ¿Me decías?

—¿No estás emocionada por hoy?

No quise responder lo que mi mente pensó después de su pregunta. Me contuve. No tenía por qué soportar mi mal humor de la mañana de un día como hoy.

Pasé de ver su cara a mirar por la ventana que me permitía ver toda la ciudad a través de ella. Miré los edificios repletos de ventanales, los autobuses escolares, los carros... Desde aquí se podían escuchar los pitos de los autos, porque las personas a esta hora se volvían agresivas.

—Sonríe un poco— se acercó nuevamente para darme un beso en la frente—. Y arréglate, abajo está Alex esperando por ti.

Eché la cabeza para atrás, totalmente rendida. El único lado positivo de todo esto era que hoy vería a Alex.

Alex era el mejor chofer de todos. Desde que tengo memoria él está aquí y es mi mejor amigo. Pero no lo veía todos los días porque salía pocas veces de este encierro, o podría decir casa, aunque sigo pensando que ese término no le sienta bien a esta cárcel.

—Germany— advirtió mi madre, perdiendo por completo el tono dulce de hace diez segundos.

Así era ella. Esa era su verdadera faceta aunque nadie nunca lo quisiera aceptar.

Me levanté de la cama por completo y alcé mis manos en señal de paz. Estaba realmente cansada de todo esto y no quería comenzar con una discusión tan temprano. Qué agotamiento.

—No quiero que llegues tarde— trató de suavizar su voz.

Algo andaba mal.

—Nunca llego tarde a ninguna parte. Además, ya estoy grande mamá, no me tienes que decir todo lo que tengo que hacer.

—¡Ay!— gritó de un momento a otro, haciéndome saltar del susto.

Me envolvió con sus delgados brazos en un abrazo bastante fuerte, dejándome poco espacio personal para poder respirar como se debería.

Su pelo rubio y corto con picos raros me estaba pegando en el ojo y casi la empujo para separarla. Luego recordé que era mi mamá y no lo hice, claramente. Pero precisamente, al ser mi mamá debería saber que odio el contacto físico si yo no lo pido.

—Mamá, amo los abrazos pero lastimosamente tengo que ir a bañarme— hablé en un tono sarcástico.

Al parecer eso funcionó mejor de lo que creí, porque la hizo reaccionar y por fin se apartó.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora