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Chase Ryder
14 de agosto
11:40 am

Sentí que me empujaban fuertemente, caí de la cama y abrí mis ojos enseguida al aterrizar de un solo golpe. Traté de levantarme pero el dolor en la espalda no me lo permitió. Y fue en ese momento que escuché una risa tierna que conocía demasiado bien.

—¿Se puede saber qué te pasa?— pregunté con mal humor.

Ella abrió mucho los ojos.

—Lo siento, Chay, no pensé que te iba a doler— dejó de reír y su labio inferior escondió al superior en una mueca triste—. ¿Por qué no te mueves? ¿Te rompí algo?— preguntó corriendo hacia mí.

Estaba a punto de llorar.

—No, Leah no llores— me acomodé para quedar a la misma altura que ella—. Estoy bien, mírame. Ven aquí—la abracé delicadamente.

No me gustaba verla mal. Mis muros se derribaban por completo si una sola lagrima caía por su rostro.

Sinceramente, mi hermana era lo más importante que tenía en la vida. Ella es la hermosa niña de mis ojos desde que nació, ¿qué más podía decir?

Nos separamos y Leah hizo el intento de levantarme, pero por su poca fuerza no pudo. Reí mientras me levantaba por mi propia cuenta, aunque obviamente fingí que lo logré con su gran ayuda.

Miré el reloj y daba las 11:42 de la mañana. Para mí era un delito levantarme a estas horas, mi hermana lo sabía y aun así me levantó.

—¿Por qué viniste a interrumpir mi maravilloso sueño?— aparté de su cara un mechón rebelde. Este estaba estorbándole y no podía verme con sus grandes y oscuros ojos.

—Chay, te tienes que bañar.

Ella se encontraba sentada en la cama con los brazos cruzados, y me causó gracia el tono autoritario con el que se dirigió a mí.

—¿Para qué, pequeña?— agarré su nariz y ella se echó a reír, olvidando su seriedad—. Que yo sepa hoy es miércoles. No tenemos nada que hacer.

—Claro que sí, tonto. Tenemos que comprar mi vestido— sonrió, inocentemente.

—¿Y ese vestido no puede esperar un poco?— negó con la cabeza, siendo terca como siempre, y de inmediato supe que la única opción que me quedaba era aceptar—. Dile a papá que te voy a llevar en mi auto, para que no espere por nosotros.

Ella asintió y salió corriendo sin tener el más mínimo cuidado. Estaba muy emocionada y sin razón, o por lo menos para mí. No me interesaba en lo más mínimo ese gran evento.

***

Salí de la ducha con solo una toalla en la cadera. Busqué entre la ropa tratando de encontrar mi sudadera negra, pero me detuve apenas escuché la puerta abrirse.

Me alarmé pensando que era mi hermana, hasta que vi unos tatuajes muy conocidos y me calmé en un solo segundo.

Alcé la vista y, en el momento en que vi su cara, las comisuras de mi labios subieron sin darme cuenta. Aaron estaba parado en el marco de la puerta con una gran sonrisa, mostrándome sus dientes blancos y alineados que toda una vida presumió.

Él fue mi vecino durante mucho tiempo. Jamás hablamos hasta el día en que lo dejé caer por error. Recuerdo que me preocupé muchísimo por su estado, pero él lo único que hizo fue reír a carcajadas. Desde ese día pienso que está completamente loco, y estoy seguro de que ese pensamiento no cambiará con el pasar de los años.

Su sonrisa siempre ha sido la misma. Extremadamente grande para mi gusto. Desde que lo conozco, se ha mantenido fuerte y feliz para todos los que lo rodean, aunque sé perfectamente que la pasa mal cada día; eso es de admirar.

—¿Podrías ponerte algo de ropa, Ryder? No me gusta mucho ver tu anatomía completa— sonrió y se acercó para abrazarme muy fuerte—. Cuéntame, ¿qué has hecho en todo este año sin mí?

Solo pasaron un par de meses y él estaba diciendo que había pasado todo un año. Era un exagerado.

Ya había llegado a la conclusión de que era mejor seguirle la corriente. Él era así y no tenía remedio. Pero de vez en cuando seguía sorprendiéndome.

Después de medio segundo se separó de mí con una mueca de desagrado en la cara. No estaba acostumbrado a las muestras de afecto.

—Siendo sincero... nada— contesté a su pregunta.

—Lo supuse— me miró de nuevo e insistió—. En serio, Ryder, vístete— salió de mi habitación sin dejarme responderle.

Comencé a vestirme, no porque Aaron me lo ordenara, si no porque le temía a la impaciencia de mi hermana.

Como no encontré la sudadera negra, terminé con una camisa blanca, unos jeans de mezclilla clara y unas tenis blancas. Tan básico como siempre.

Hoy no tenía frío, por lo que un abrigo estaría de sobra. Aunque me faltaban los anillos, ese era mi único toque personal.

Rebusqué entre mi cajón y decidí estrenar los dorados que me regaló papá ayer. Uno de estos tenían un dibujo de una nota musical; básicamente, perfección.

El regalo venía con la noticia de que se va a casar en tres días con Elizabeth Roberts, su novia de hace un par de años.

Me hubiese gustado que me lo dijera antes y no con cuatro días de anticipación, pero no podía esperar mucho de alguien como él.

Salí de mi habitación y bajé al primer piso. Ahí encontré a mi mejor amigo tumbado en el suelo, haciéndose pasar por muerto, y a mi hermana como la enfermera que luchaba por salvarlo.

El juego se detuvo en cuanto ella notó mi presencia y corrió hasta mí, olvidándose del paciente.

—¿Ya nos vamos Chay?

Asentí y tomé una de sus mejillas con cariño. Era difícil no querer abrazarla todo el tiempo.

—¿A qué lugar vamos?— Aaron se acercó a nosotros, con cara de no saber ni en cúal planeta estaba.

—Vamos a comprar un vestido para esta chica al centro comercial— señalé a Leah.

—¿En serio? Pero si a ti no te gustan los vestidos— se agachó y quedó a la misma altura que ella—. Que injusta es la vida— negó con la cabeza como muestra de indignación.

Después levantó a mi hermana para que ella quedara arriba de su cabeza. Ya arriba, Leah envolvió los brazos en el cuello de Aaron para no caerse y comenzaron a caminar.

Llegamos al estacionamiento donde se encontraba mi auto y nos subimos en él para ir rumbo al centro comercial. No me encantaba la idea de ir hasta allí, no era de mi completo agrado ese lugar, pero lamentablemente no me quedaba de otra.

Noté que Leah canturreaba una canción de Arctic Monkeys, al igual que Aaron. Siempre iguales entre sí. Y a pesar del enorme fastidio que provocaban en mí, esos dos eran divertidos.

—¿Van a cantar así todo el camino?

—Sí— respondieron los dos al mismo tiempo.

Rodé los ojos por su manera tan sutil de hacerme sonreír. Eran las únicas personas que lo lograban.

Todos a mi alrededor luchaban por hacerme sentir bien, o por hacerme sentir, dentro de lo que cabe, normal. Nadie quería verme mal.

Me pregunté en ese mismo momento si algún día estaría tan bien como para dejar de fingir.

...

Valentina <3

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora