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Germany

Ya habíamos regresado del hospital y ahora tenía un dolor de cabeza terrible. Escuché que llamaron a la puerta y la abrí, encontrándome con una Kiama bastante loca.

—¿Cómo estás? ¿Qué te pasó? ¿Te duele mucho?— preguntó todo demasiado rápido.

—Estoy bien. Me caí. Y no, no me duele.

Ella pareció aliviarse y me abrazó con cuidado de no lastimarme.

—¿Quién es?— preguntó Chase, entrando nuevamente a la sala.

Había ido por algo de comer a la cocina y hasta ahora regresaba.

Kiama se detuvo en seco cuando lo vio. Abrió mucho los ojos y me miró inmediatamente, con cara de: ¿en serio?

¿Interrumpo algo?

—No— contestó Chase—. Yo ya me iba— se acercó a mí y seguramente le dio pena besarme en la boca, como últimamente lo hacía, porque solo dejó un beso en mi mejilla, al igual que con Kia.

—¿A esta hora? Son las doce.

Me pareció extraño porque normalmente sus clases eran a las ocho de la mañana.

—Sí, yo tampoco estoy muy de acuerdo con los horarios de mi universidad, pero más bien voy tarde.

—¿A qué hora era la clase, Chase?

—A las ocho. Me voy— abrió la puerta y se fue, haciendo un fuerte golpe al cerrarla.

Sonreí por la simple razón de verlo irse casi corriendo, para un lugar en el que le quedaban solo algunos minutos para terminar.

Me volví hacia Kia y noté que me miraba algo extraño. De esa forma en la que las mamás miran a sus hijos cuando están haciendo algo mal, pero como hay gente no los pueden regañar.

Y sentí un poco de miedo por eso.

—No te dio un beso en la boca solo porque yo estaba aquí, ¿no es así?

—Así es.

Ella soltó un grito y se acercó a mí. Me abrazó, esta vez sin mucho cuidado, y me dio una sonrisa demasiado grande. Hasta para ella.

—¿Besa bien?

—¡Kiama!

—¿Si o no? Solo me tienes que decir alguna de esas dos.

—No.

Su sonrisa se cayó inmediatamente.

—¿No besa bien? Parecía que...

No de: no responderé.

—¿O sea que besa bien?

Rodé los ojos. Ella era tan insoportable a veces.

—Sí, besa bien. ¿Ya?

—Ya— sonrió.

Hubo silencio durante mucho tiempo. Y sabía que quería soltar algún comentario fuera de lugar, pero se contenía.

Nos sentamos cada una en un sillón, y nos miramos sin decir ni una sola palabra.

—Estoy feliz por ti— terminó con el silencio.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque te ves bien. Y no en el sentido del físico. Te ves... feliz.

Ay, Kiama...

Si tan solo supiera que estaba hecha un lío por dentro.

***

Ya había pasado una semana desde mi pequeño accidente, y nunca me habían consentido tanto.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora