18. Sorpresas

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—¿Estás bien? Ya es como la cuarta vez que vomitas.

Miré a Kiama, que estaba sujetando mi cabello con sus manos.

—No sé que me pasa. Tal vez, son las palomitas que comí ayer— me levanté acercándome al lavamanos del baño.

Ella alcanzó su teléfono y como de costumbre, se formó una gran sonrisa en su rostro de pronto.

—Aaron me escribió. Dice que habrá una fiesta y quiere que vayamos juntos.

He ahí la razón.

—Espera, espera— entrecerré mis ojos—. ¿Que tienen ustedes dos? Siempre que te lo pregunto evades el tema. Ahora...— cerré la puerta del baño, solo para molestarla—, no podrás escapar.

Ella cambió de expresión, casi inmediatamente.

—Él... Yo... ¡Nada!— hizo una pausa muy grande entre cada palabra—. Solo ya no nos llevamos tan mal.

—¿Entonces te besas con los que ya no te llevas tan mal? ¿O solo es con Aaron?

—¡Ay, no empieces! Te diré la verdad—pasó las manos por su largo cabello—. Él me encanta, Germany. Me hace reír muchísimo y, me cuida. Nunca habían cuidado tanto de mí.

Arqueé mis cejas, algo ofendida.

—Y todos los años que cuidé de ti se van a...

—¡Tú sabes que quiero decir!— me cortó.

Sí, lo sabía. Ella estaba hablando de sus papás. Nunca en diecisiete años habían cuidado de ella. Siempre lo hacían sus empleados, porque sus trabajos no les permitía tener tiempo para otra cosa. Ni siquiera para su hija.

—Lo entiendo. Pero... ¿tú sabes cómo es Aaron, no? No quiero bajarte de la nube, pero él nunca ha sido el mejor para el compromiso. Menos con una chica. Las chicas para él van y vienen. Él mismo me lo dijo.

Ella arrugó su nariz.

—Sí, Aaron también me lo dijo. Pero no sé, siento que está cambiando. Y creo que lo está haciendo por mí.

Me acerqué a ella y pasé un brazo por encima de sus hombros, para atraerla a mí.

—Puede ser, pero no te ilusiones demasiado. Si algo aprendí de Aaron en estos últimos meses, es que es muy imperceptible. Nunca sabes que hará o como actuará— froté su cabello con mi puño—. Pero sé que eres increíble y hasta ese loco puede cambiar por ti.

Ella soltó una carcajada y se separó de mí.

—Lávate los dientes, Ger, tu boca huele mal— se tapó su nariz.

Ups...

Me lavé los dientes y después fui directo a mi habitación. Me acosté y dormí durante dos horas, hasta que Kiama me despertó pasadas las ocho de la noche para comer y, también para invitarme a una fiesta.

—Aburrida— refunfuñó—. Iba a ser nuestra primera fiesta juntas, Rapunzel.

Ay no, ese apodo no. Lo había dicho durante mucho tiempo, porque tenía dieciocho años y no salía de mi casa si no era para ir al colegio. Obviamente tenía una razón; no quería salir porque me daba mucho miedo que pasara un accidente en algún lugar público. Me daban vergüenza mis problemas.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora