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Chase

Llegamos a casa después de un largo camino. Miré al reloj y ya era demasiado tarde.

Germany subió por las escaleras y mi ser pervertido no pudo evitar ver su culo. Lo bueno es que solo con eso mi estrés bajó un poco.

Yo también subí, pero al contrario de ella, no entré a mi habitación. En lugar de eso, abrí la puerta de un cuarto que hace mucho tiempo no pisaba.

Entré e hice una mueca por el horrible olor a guardado y viejo que se encontraba en el aire. Miré las paredes blancas repletas de posters de AC/DC, Pink Floyd, The Doors y otras bandas. Después bajé la mirada hasta ver las guitarras, los equipos de sonido, las púas y alguna que otra partitura.

Cerré mis ojos con fuerza y tiré al suelo el abrigo que llevaba puesto, quedando en una camisa de tirantes blanca. Me senté en el suelo y tomé una de las cuantas partituras que había inventado alguna vez con quince años.

Me gusta— la voz de mamá retumbó en mi mente, y fue como volverla a escuchar.

Seguía con los ojos cerrados, entonces pude volver a mirar sus ojos cafés y grandes con ese brillo tan hermoso, su linda y sincera sonrisa que hacía que las arrugas que estaban por debajo de sus ojos se notaran aun más, y su cuerpo tan delgado.

Esta vez, mis ojos se llenaron de lágrimas, haciendo que mi visión se empañara. Y mi ira hizo su aparición, como siempre.

Mierda. ¿Por qué las lágrimas venían cuando pensaba en ella? ¿Por qué no podía ser valiente y afrontar las cosas sin llorar? ¿Por qué era así de débil? No quería serlo, pero lo seguía siendo.

Odiaba la debilidad. Me hacía llorar. Hacía que me sintiera indefenso ante el mundo. Me hacía sentir miedo. Lograba hacerme daño.

Y sabía que estaba dañado. Pero el miedo de estar así no se iba. No quería estar dañado y por estarlo dañar a los que me rodeaban.

Rompí la hoja que tenía en mis manos, y como tenía que desquitarme con algo, me paré y comencé a golpear la pared que tenía enfrente. Sin pensar en la hora, sin pensar en que Germany me podía escuchar, sin pensar en que mis nudillos dolían como nunca, sin pensar en nada. Solo en la ridícula idea mía de golpear las cosas para mostrar que no era débil.

El dolor era insoportable. Pero no podía parar. Quería seguir golpeando esa pared. Y golpearla y golpearla hasta que no pudiera más.

Mamá se había aprovechado de mi debilidad para hacerme daño. Y lo peor de todo era que la seguía queriendo.

Seguí dejando golpes y más golpes. Hasta que me detuve por completo cuando sentí dos manos rodeándome por el abdomen.

De un momento a otro, fue como si mis oídos se destaparan y pudieran escuchar bien. Mis ojos por fin dejaron de ver la imagen de mamá y vieron la pared que estaba al frente, ya no blanca, sino roja por mi sangre. Y entonces el dolor se apoderó de mis manos.

Mi respiración estaba agitada, y de golpe todo mi cuerpo se sintió demasiado pesado como para mantenerme de pie.

Caí de culo al suelo y las malditas lágrimas comenzaron a derramarse nuevamente. Pero esta vez había algo diferente. Las manos aún seguían en mi torso, envueltas con demasiada fuerza, decididas a quedarse ahí por mucho más tiempo.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora