15. Un plato que se sirve frío

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¡Hola, hola! Exactamente un día como ayer hace dos años comencé con esta historia, y jamás pensé que llegaría tan lejos con todo esto.

Pensé que al ser la primera vez escribiendo lo mejor sería que no fuera tan complicada, quería escribir algo simple, pero después supe que no era lo mío y aquí estamos.

Falta poco para que termine pero aún falta mucho por escribir. Solo espero que algún día todos conozcan a Chase y a Germany, para que los amen tanto como yo lo hago.

Gracias por leer.

Chase Ryder

Odiaba verla llorar. Odiaba ver llorar a todas las personas, pero me pasaba aun más con ella.

Mi corazón se estrujaba y me daban ganas de abrazarla para no soltara jamás.

Era algo cursi, sí, pero ya no podía hacer nada con eso. Supongo que tengo que resignarme a ser lo suficientemente cursi para poder expresar de manera correcta lo que ella me hace sentir. No quisiera decirlo en niveles inferiores al valor real, porque Germany no merece eso. Merece que le grite al mundo lo mucho que la amo.

Gracias a que me importa tanto, su dolor se convierte en mi dolor.

—¿Por qué, Chase?— las lágrimas se deslizaban por sus mejillas sin ningún control—. ¿Por qué esta es la única vida que podemos darle a nuestros hijos?

Continuamente hablábamos de este tema.

—Hacemos lo mejor que podemos. No creo que seamos tan...

—No, Chase. No hablo de que seamos malos padres, hablo de que jamás podremos darles libertad si esta mierda nos sigue persiguiendo toda la vida, y de solo pensarlo se me parte el alma.

—Lo sé— acaricié su pelo.

Su cabeza se encontraba en mi regazo. La piel de su cara se sentía tan suave como siempre, aunque tuviera algunas marcas en los costados, producto del acné por el estrés. Su pelo ahora era largo, le llegaba a su cintura, por lo que tenía hechas dos trenzas a los costados.

Sabía que estaba enamorado porque aunque tratara de ver los supuestos defectos que suele mencionar, sigo viéndola igual de preciosa que el primer día.

—Quiero que sean felices, porque sé lo que se siente respirar solo por obligación.

—Serán felices, señorita. Te lo prometo— besé su brazo en modo de despedida—. Ten cuidado, ¿si?

Ella dijo que sí con la cabeza y me hizo prometerle que también me cuidaría. Le aseguré que vendría lo más pronto posible.

Después me despedí de Paris dejando un beso en la barriga hinchada de su madre, e hice lo mismo con London mientras sacudía sus colochos de un lado a otro.

Nos separaríamos por algunos días, no sabía cuántos exactamente. Iría al centro de operaciones para investigar qué pudo haber pasado con Dallas y los demás. Tal vez se quedaron sin comunicadores, o tal vez están muertos.

Claro que esa segunda opción no se la comenté a Germany. Tampoco era tan estúpido.

No dejé de pensar en la conversación de hace rato mientras me preparaba. Desearía poder cambiar nuestro pasado para que nuestra actualidad no sea tan complicada, pero soy de los que piensa que todo pasa por algo, y si no hubiese sido así no nos conoceríamos.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora