10

67 7 0
                                    

...horas después

Germany

Había dicho que sí a la propuesta de Aaron porque había escuchado toda la conversación y sabía perfectamente que Chase no quería ir.

Quería molestarlo, ¿ok?

Al final, él dijo que iría y, ya me estaba arrepintiendo.

Llegamos a la entrada de la fiesta, que era en una casa de playa. Estuvimos viajado durante una hora y media.

Sí, una hora y media.

Entramos a la fiesta y había muchísimas personas, tantas que parecía una discoteca. Todos bailaban al ritmo de la música que sonaba fuertísimo por todo el lugar y parecían estar pasándola a lo grande.

Mi problema era que nunca había ido a una fiesta. Nunca.

Me invitaban y eso... Pero me daba pena salir y que mi ansiedad aumentara.

Sentí una mano tocar la mía y me alarmé, pero solo era Chase. La envolvió, asegurándose de que no se soltara. Se acercó y casi me gritó en el oído:

—No te sueltes, hay mucha gente.

Asentí y presioné muy fuerte su mano. Lo que menos quería era soltarlo y perderme entre tantas personas. Pero su mano era lo suficientemente grande como para sostener la mía y no separarse de mí en ningún momento.

Esta noche llevaba un vestido negro que no pasaba de los muslos, no tenía tirantes y era muy sexy. O eso es lo que me dijo Kiama. También llevaba unos tacones, a juego con el vestido.

Mi pelo iba suelto y como siempre, mi cara no llevaba ni una sola gota de maquillaje.

Mi anormalidad como chica—según la sociedad—: no me gustaba el maquillaje.

Digo... lo veía hermoso en las otras personas. Pero no quería complicarme la vida.

Chase me guió hasta llegar a un sitio en donde no había tanta gente y se podía respirar correctamente, al igual que escuchar sin correr el riesgo de joderse un tímpano.

—¿Dónde está?— buscó por todo el lugar con la mirada.

—¿Quién?

—Aaron. Me dijo que estaría aquí.

—Ah, tal vez se distrajo con algo o... algo así.

—Sí, lo más probable es que esté borracho e inconsciente y no se acuerde ni de su nombre.

Al terminar de decirlo se formó una sonrisa en sus labios. Y, obviamente, me contagió el buen humor.

Él recostó su cadera al filo del mueble que estaba a nuestro lado y me miró de arriba a abajo. Así que yo también me dediqué a observarlo.

Lo admiré por quinta vez en la noche:

Tenía su pelo en el desorden extrañamente perfecto de todos los días. Su cara estaba igual de hermosa que siempre, al igual que su cuerpo atlético. Pero lo que más me gustaba de él hoy, era su atuendo.

El destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora