Capítulo 5

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Una flor entre estaciones

Recordó los besos, cada abrazo y las contadas veces que lograron conectar sus almas. Esas últimas palabras, esa promesa y el gran aullido que desgarro su pecho.

Edwin se detuvo en medio de la nada. Solo era una vía que estaba en medio del bosque y conducía a tierras extranjeras. Apagó la camioneta y dejó que su cabeza reposara en el volante mientras su sistema procesaba todo lo que sentía.

«No hace falta decirte que él no volverá—la voz de su hijo se hace paso por su consciencia—no volvió cuando era más chico ni pretende volver ahora, ni mañana».

—Y-yo—su voz apenas si salió, la garganta estaba algo seca y resentida por el rugido de hace rato—Danny, cariño—sacó su móvil y se tomó unos minutos para ver la foto de su destino, una que se había tomado mucho antes de que se conocieran, pero donde sonreía con autenticidad—no puedo, Danny—susurró llevando el celular al pecho y tomando una larga aspiración—no puedo seguir esperando a que vuelvas—alejó el móvil del pecho y observó la imagen.

Salió del auto sin apartar su vista de la fotografía, sopló la brisa y puede jurar que escucho su voz. Sonrío en medio de su desgracia, ese muchacho sí que lo había marcado. Se sintió, cuando estaba entre sus brazos, el hombre más afortunado del mundo y, quizá, el ser más completo también.

—Mi amor—dijo mirando a la profundidad del bosque—ya no puedo seguir aferrado a ti. A esto.

«No se han parado a pensar en algo más allá de lo que el vidente les prometió—era increíble como recordaba con exactitud las palabras de Taddeo—siguen esperando a que él patético de Danny regrese».

—Taddeo tiene algo de razón—bajó la cabeza mientras apretó el móvil—tal vez no regreses—tuvo que detenerse para tomar aire—no a tiempo y yo, nosotros..., todos queremos creer en tus palabras, pero.

Caminó de costado a costado de la carretera pensando bien sus palabras y ordenando su mente.

—Veintitrés años, Danny—apretó el móvil y su mandíbula—he esperado veintitrés años por ti y está bien, entiendo que las cosas sean más complicadas de lo que yo puedo imaginar, pero—tomó aire—no lo soporto, ya no puedo más. Cada día me levanto más cansado que él día anterior y si sigo aferrado a ti no podré hacer mi mejor trabajo—miró al cielo por primera vez, se empezaba a despejar y no había luna—cada que miro al cielo espero que al bajar la mirada pueda encontrarme con tu sonrisa, pero nunca pasa—volvieron las lágrimas y algo de dolor en el pecho.

Miró su teléfono. La pantalla se había fisurado un poco, pero aun servía. Nuevamente contempló la foto del vidente por unas cuantas respiraciones y decidió borrarla.

—Jamás amaré a otra persona tanto, jamás esperaré con tanto deseo los besos de alguien—guardó su móvil y se limpió el rostro—y jamás te iras de mi corazón, no olvidare a esa flor a mitad del invierno—se subió a la camioneta y la encendió—pero ahora tengo que concentrarme en Taddeo y en Cliff. Necesito cumplir con mi palabra: protegeré a la manada y a Taddeo hasta mi último aliento.

Antes de arrancar miró por la ventana hacia el bosque. Sonrió mientras recordaba la primera vez que se fundió con el vidente. La mano, del entonces muchacho, contra su mejilla y las sensaciones que provocó, ese beso y esa sensación de que lo había encontrado todo.

—Buenas noches, vidente.

Dio vuelta y condujo devuelta a la gran casa, con el ánimo bajo, pero con una nueva perspectiva que debía agradecer a su hijo.

Taddeo se encontraba sobre Sergio, los besos no cesaban y el movimiento de Sergio contra Taddeo tampoco perdía el ritmo.

—No sé cómo pudo acceder a esto—dijo Sergio mientras tomaba las caderas de Taddeo—mi mamá va a matarme—cerro los ojos cuando su compañero empezó a moverse con mayor intensidad.

El de ojos Azules © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora