Capítulo 23

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El dolor de ser hijo.

Taddeo conducía la camioneta, iba saliendo del pueblo. Lucas le había respondido su mensaje diciendo que estaba en los bosques bajos, no muy lejos de allí. Sabía que tenían que hablar, desde aquel día que el vidente desapareció su relación se encontraba pasando por un momento de tensión. Era como su padre le había dicho aquella vez, una vez tienes a tu destino quieres pasar más tiempo del que dispone el día a su lado, nace en ti una necesidad de saber que se encuentra bien y solo cabe en tu cabeza la idea de que estará seguro si está contigo.

Sin embargo, Taddeo era consiente que aquello solo era parte del instinto animal. No era que él no lo quisiera, por el contrario, encontrar en Lucas su destino ayudo a potenciar sus habilidades de maneras que él aún no comprendía.

—Debo ponerte a salvo.

Los planes que en su mente había diseñado tenían un punto de quiebre y era él. Un lobo sin su destino es un lobo sin fuerza. Para debilitar a una manada solo tienes que hacerle daño a su luna y, como si fueran fichas de dominó, caerán todos. Era consciente de que su padre lo había enviado por él para que hablaran, tenía que nuevamente besarlo sin las preocupaciones que lo atormentaban. Por encima de aquello, quería intentar callar el ruido del vacío que crecía en él.

Danny, por su lado, estaba frente a la puerta del apartamento de su padre. Estaba nervioso, en sus manos había una capa de sudor, los hombros estaban tensos y su propio aroma se podía percibir por otros lobos, como Edwin en ese momento.

—Tranquilo—lo abrazó por la espalda y beso gentilmente su cabeza—. Toca.

El vidente obedeció y dio un suave golpe en la puerta. Retiró rápidamente la mano cuando escucho movimiento del otro lado. Edwin se separó de su espalda y se paró a su lado tomando su mano y entrelazando los dedos, esperó poder brindarle algo de calma.

Charles se asomó tras la puerta, primero vio a Edwin, luego sus ojos fueron a Danny. Charles había envejecido, sus cabellos se habían teñido de canas, en los costados de los ojos y las comisuras de la boca se acentuaron arrugas que ya eran notorias.

—Hola, papá—saludo cuando su padre no dijo nada.

El hombre se apresuró a llevar al muchacho hacia él, lo apretó con fuerza y sollozó mientras sentía el calor del cuerpo de su hijo, que se veía exactamente como hacía veinte años.

—Danny—susurró cerca de su oído— ¿por qué te ves exactamente que aquel día?

—Son los buenos genes, papá—respondió sin separarse de su padre—los que herede de ti y mamá.

El abrazo duro un poco más de lo que pensaban, Charles los hizo pasar. Sirvió un poco de agua para él y les ofreció a los dos hombres que estaban en su sala. Ellos negaron amistosamente.

— ¿Cómo has estado, papá?

—Como lo estaría cualquiera que casi llega a su primer siglo de edad—respondió sonriente. Estaba sentado frente a la pareja.

—Ya un siglo—continuó Danny impresionado—olvidaba aquello de los humanos viven casi tanto como sus destinos—dio una rápida mirada a la sala—se parece a aquella casa que tuvimos.

—Quise que fuera acogedora—tomó otro poco de agua—. No creo que hayas regresado, a decir verdad, no pensé que fueras a volver.

Danny asintió lentamente y perdió un poco de la sonrisa.

—Yo tampoco esperaba volver—respondió—. Sabías que el tiempo es diferente en aquel lugar, de ahí por qué sigo con este mismo aspecto. Tengo muchos más años de los que pueden verse en mi rostro.

El de ojos Azules © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora