Veintinueve

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—¿Nombres? —inquirió el sujeto de la entrada.

—Soy Miranda Archer, me acompaña Norman Anderson y Don Rawson... —respondió Lilith, quien lucía una peluca pelirroja y ondulada que le llegaba hasta los hombros, además de lentillas verdes y un par de anteojos ovalados con un delgado marco de metal.

El guardia desvió la mirada hasta la tableta en que tenía la lista de invitados, y posterior a estarla revisando por unos segundos, volvió a observarlos.

—Adelante. —terminó por decir.

Había fácilmente más de ciento cincuenta personas en la gran mansión del polaco, y cada una de ellas parecía ser más elegante que la anterior. Todos los hombres vestían finos trajes hechos a medida, mientras que las mujeres llevaban costosos vestidos de diseñador, complementados de manera perfecta con collares de perlas o diamantes y maquillaje delicado.

No obstante, Tom y Lilith no se quedaban atrás con respecto a su apariencia, puesto que el primero llevaba un traje negro también hecho a la medida, junto a una delicada corbata de moño, atuendo que enaltecía su aristocrática figura masculina de forma fenomenal. Por su parte, la mujer lucía un ajustado vestido negro de espalda descubierta y mangas largas, el cual le llegaba hasta un poco más arriba de los talones, además de un hermoso maquillaje que resaltaba sus facciones femeninas y combinaba con su cabello pelirrojo en extremo realista. Unos stilettos Louboutin de color negro y suela roja, junto a delicada joyería de Cartier, coronaban su atuendo de manera magistral.

—¿Por qué el disfraz? —susurró Tom mientras caminaban hasta una mesa.

—¿Por qué la venda en tu mano derecha? —inquirió ella de vuelta, sin siquiera mirarlo.

—Yo pregunté primero...

—Halloween arribó temprano este año. —respondió con ironía—. Es obvio, Thomas. Me estoy escondiendo, hace solo unos días mi cara estaba en cada noticiero del mundo. —espetó observándolo.

—La mía también... —respondió él.

—De hecho, no. —explicó ella—. Dijeron que tenía un rehén y te describieron físicamente, pero protegieron tu identidad. —dijo alzando una ceja—. Al parecer, tu reputación vale más que la mía.

Él la observó divertido mientras sonreía de lado.

—¿Y bien? —inquirió apuntando la mano vendada del inglés.

—Oh, tuve un accidente bastante tonto, a decir verdad... —comenzó a decir—. Me tropecé al salir la ducha y choqué con el borde del lavabo, por suerte no fue nada grave...

—Muy tonto. —murmuró mirándolo de lado—. No sé por qué, pero no me sorprende.

El inglés soltó una leve carcajada.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó él de repente.

—Te interpretarás a ti mismo... —espetó la agente—. Él te conoce, por lo cual no puedes mentirle, pero yo sí... —dijo ella tomando una copa de champagne desde la bandeja de un camarero—. Actuarás como si estuvieras muy interesado en ser miembro activo de la ONG, y me presentarás como Miranda Archer, una vieja amiga tuya que es muy adinerada. —explicó antes de beber un trago del fino vino espumoso—. Mi rol será el de una empresaria que se encuentra intrigada por el proyecto, pero en un sentido más bien monetario.

—¿Monetario? —inquirió él—. Es una ONG, no hay beneficios monetarios...

—Ay, Thomas, eres economista, deberías saber las tretas del mundo empresarial. —musitó observándolo—. Algo debe haber en Uzbekistán que atrae a esta horda de millonarios, ¿crees que están aquí por querer salvar al mundo?, ¿por ser puros de corazón?, ¿por altruistas? —soltó una pequeña risa antes de beber otro trago.

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora