Dieciocho

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Lilith despertó de golpe, sintiéndose desorientada a más no poder. Un dolor avasallador centrado en la parte posterior de su cabeza fue lo primero que percibió. No podía moverse y apenas lograba enfocar la mirada sobre la oscura habitación en que se encontraba.

En cosa de segundos, descubrió que estaba amarrada de manos y pies, mientras yacía sentada en una silla.

De inmediato comenzó a forcejear de manera ruda contra las cuerdas, pero solo consiguió aumentar la tensión en los amarres y acrecentar su dolor.

—REVIL. —susurró la mujer con desesperación—. ¿Qué sucedió?, ¿en dónde está Tom?

Nadie respondió a su llamado.

Trató de tocarse la muñeca derecha con la otra mano, descubriendo que había sido desprovista de su reloj inteligente.

—¡Mierda! —vociferó.

Sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad, permitiéndole observar el lugar en que se hallaba.

Era una habitación con paredes enmohecidas, la cual debía ser parte de alguna construcción de a lo menos cien años de antigüedad, por la clase de materiales y la forma del techo. Había un ligero olor a vino agrio en el aire y el piso estaba sucio y revuelto, claramente adulterado por la huella humana. Detectó que a lo menos cuatro personas habían estado ahí de manera reciente, tres hombres y una mujer, por la forma de sus zapatos y la manera en que sus huellas estaban estampadas contra el piso.

Aquellos eran sus captores y no demorarían en volver hasta ella.

Concluyó que seguía en Italia y que estaba en una casa patronal de principios del siglo XX, la cual debía estar edificada en medio de una antigua viña. Seguramente la casona había estado abandonada desde hacía más de quince años, por la intensidad del olor a vinagre y vino que se percibía en el ambiente.

Sus deducciones fueron interrumpidas de sopetón por el abrir de la pequeña puerta del cuarto, lo cual dejó colar un poco más de luz en el lugar.

Distinguió cómo varias figuras humanas se adentraban al pequeño y destartalado espacio.

—Agente Kemp, ¿cómo está? —escuchó la voz de una mujer, hablando en un inglés marcado por un suave pero notorio acento francés.

Cuando la fémina encendió una vela que había sobre un viejo mueble, la pudo vislumbrar con algo de detalle.

Era una mujer de cabello blanco y corto, parecía bordear los setenta años, era alta y vestía de manera elegante, casi por completo de negro. Detrás de ella había dos hombres encapuchados, cada uno de los cuales cargaba con un enorme fusil.

—¿Quién mierda eres tú? —preguntó la agente frunciendo el ceño a más no poder.

—Oh, no, no, no.... —habló la señora negando con la cabeza—. Lamento decirle que me saltaré las normas sociales esta vez. —musitó mirándola con una sonrisa—. Y le digo desde ya que yo seré quien domine esta charla.

—¿Dónde está mi compañero? —masculló Lilith, ignorando las palabras de ella—. ¿Dónde lo tienen?

—Descuide, él está bien... —respondió la mujer—. Por el momento, claro...

La señora emitió una pequeña risa ahogada.

—Señorita Kemp... —farfulló adoptando un tono serio—. Temo decirle que usted se ha convertido una piedra en el zapato para mi organización desde hace algunos días, cuestión que nos ha parecido inaceptable... —expresó frunciendo el ceño—. Ha intentado colarse en nuestras bases, y le seré sincera, aquello ha logrado disgustarnos, puesto que tuvimos que desmantelar dos de nuestros centros más importantes, en Ouarzazate y Craco, todo gracias a su molesta intromisión...

La mente de Lilith, a pesar de estar ralentizada por los aporreos, trabajó de manera audaz al apenas escucharla.

—La Orden Doce. —farfulló ella con gran rabia—. ¿Quiénes son? —preguntó con seriedad—. ¿Por qué asesinaron a Robert, al vicepresidente, a su esposa?, ¿por qué?

La mujer miró divertida a uno de sus guardias y soltó una risa.

—¡Ah, señorita Kemp! —dijo sonriendo—. La consideraba una especie de amenaza, pero debo decir que me sorprende de manera negativa... —habló la señora—. Pensé que poseía información comprometedora, la cual quizás su esposo, haciendo honor a su calidad de traidor, había compartido con usted antes de ser eliminado... —comentó con gracia—. Pero la verdad es que me ha desilusionado bastante... incluso llegué a tener la idea de que podría divertirme un rato con usted, sin embargo, veo que no es tan brillante como todos aseguran...

La señora se movió por la habitación con elegancia.

—De todos modos, supongo que la detuvimos a tiempo... —musitó cruzándose de brazos—. Quizás no es muy inteligente, pero si la hubiéramos dejado continuar, podría haberse encontrado con algún tema delicado...

Lilith la miraba llena de ira y sentía cómo la sangre corría ardiendo por sus venas.

—¿Cuál es su fin? —preguntó la agente en un desesperado intento de conseguir algo—. ¿Qué es lo que buscan?

La señora la miró de lado y le sonrió con amplitud.

—Muchos dan el privilegio a sus víctimas de saber el porqué de la situación antes de morir... es un cliché cinematográfico que calificaría de poco útil en la vida real... —explicó la señora—. Sin embargo, hay gente poco iluminada que lo hace de todos modos, como un acto de benevolencia tal vez, o quizás solo como un truco para aumentar el terror antes del fin... —habló caminando hacia la salida—. Pero, como podrá adivinar, yo no soy esa clase de persona... —musitó perdiendo la sonrisa—. Matéenla... y al inglés también...

La mujer salió del cuarto, cerrando con fuerza la puerta detrás de ella.

—¡No!, ¡vuelve aquí, bastarda! —comenzó a gritar Lilith, mientras se removía eufórica en su silla.

—Oye, preciosa, cálmate, ¿sí? —habló uno de los hombres caminando hacia ella—. Esto será rápido.

—No te atrevas a ponerme una maldita mano encima, hijo de perra. —vociferó ella en su dirección.

—No te preocupes, te daré un sedante para que no duela. —dijo antes de golpearla en la cabeza con la culata del fusil, haciéndola caer y chocar fuerte contra el piso mientras seguía amarrada a la silla.

Todo se volvió negro para Lilith una vez más.



✒Mazzarena

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora