Treinta y seis

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—Julien debe estar enorme... —comentó Nimue mientras pilotaba.

—Lo está... y se parece tanto a Robert que te asombrarías... —respondió ella.

La dama guardó silencio por unos segundos mientras analizaba la situación.

—Esta luce como una misión peligrosa, nena... —murmuró dándole una mirada angustiada—. ¿Te despediste de él?

—No... no quería preocuparlo, es un niño muy inteligente y se habría dado cuenta de inmediato de que estoy trabajando en algo complicado... —espetó.

—¿De qué se trata esto, Lilith? —inquirió curiosa.

—Ya lo verás cuando lo resuelva. —habló la agente—. Es posible que esta noche consiga mi libertad, además de agregar un nuevo capítulo a la historia del mundo... —dijo alzando una ceja—. De lo contrario, no quiero ni un solo rezo en mi funeral, ¿entendido?

Nimue le dio una mirada de preocupación.

—Confío en tus capacidades, querida... —declaró con la vista al frente—. Sea lo que sea que estés enfrentando, sé que lograrás resolverlo... —murmuró con seguridad—. No tienes ni idea de cuan orgulloso habría estado tu padre de verte siendo quién eres... siempre supo que serías la mejor...

—Yo también lo extraño, Nimue... —murmuró Lilith con melancolía.

La escocesa sintió cómo se le apretaba el corazón al escucharla decir aquello.

No había hora del día en que no recordara a Arthur, ni tampoco noche en que no derramara al menos una lágrima en su memoria.

—Ahí está Tom, descendamos un poco para arrojarle la escalerilla. —habló la agente.

El asombrado economista observó la gran nave con ojos inmensos, pero no demoró en comenzar a subir por la escalera de soga que le habían extendido.

—¡Por el amor de dios, Lilith! —vociferó cuando estuvo arriba y la nave comenzó a recobrar altitud—. ¿Qué es todo esto?

—Te lo contaré en un rato, nerdito... —respondió ella—. Te presento a Nimue Sinclair, una vieja amiga, Golden Eagle, él es Tom, mi colega.

—Es un gusto... —saludó Tom.

—El gusto es mío, muchacho. —expresó la piloto de vuelta.

En menos de diez minutos arribaron al aeropuerto privado de Nimue, en donde se encontraron con un jet blanco de gran tamaño.

—Les presento a Robinson II, mi nuevo bebé... —dijo la mujer.

—Es increíble... —murmuró el inglés observando boquiabierto la nave.

—Pongámoslo a trabajar ahora mismo. —espetó Lilith.

Nimue asintió mientras comenzaba a subir las escaleras de la aeronave.

—Espera, ¿a dónde diablos vamos? —inquirió Tom tomándola por un brazo y mirándola confuso.

—Vamos a destruir a la jodida Orden Doce. —respondió ella—. Y no tenemos tiempo que perder.

Tom la observó por un segundo, para luego soltar su brazo y asentir, frente a lo cual ella comenzó a subir las escaleras de forma rápida. Él solo la imitó, mientras su rostro mostraba claramente que no terminaba de comprender la situación.

La agente sirvió de copiloto durante el despegue, pero Sinclair le dijo que podía reemplazarla con el piloto automático por un rato, frente a lo cual Lilith salió de la cabina en busca de Tom.

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora