Veintisiete

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Como si se tratara de un tragicómico déjà vu, Lilith y Tom tuvieron que volver al punto de partida en su investigación.

—¿Has encontrado algo nuevo? —inquirió la mujer con la mirada fija en su computadora.

Tom alzó la vista hacia ella por un segundo.

—No mucho... —respondió el inglés—. Hay una cantidad enorme de giros y depósitos en la conciliación bancaria de esta cuenta, y no te voy a mentir, la información de cada movimiento es bastante limitada.

—¿Puedes mostrarme uno de esos vales a la vista a nombre de Murphy? —solicitó ella.

—Sí, aquí tengo uno... —habló Tom enseñándole la computadora.

—¿Por cuánto es? —preguntó la agente.

—Veinte mil dólares. —respondió él desplazando la página

—A ver, muéstrame otro... —pidió ella caminando hasta el economista.

—Aquí hay uno más... —apuntó la pantalla de la laptop—. Veinte mil dólares también...

—¿Es una cantidad recurrente? —preguntó la mujer.

—No tanto, pero hay varios por ese monto, sobre todo los de estos últimos tres años...

—Entonces puede ser un patrón. —dijo ella arrebatándole la computadora—. Estos desgraciados metieron la pata y para nuestro beneficio... —habló mirándolo por un segundo, sin dejar de presionar las teclas de la laptop—. Voy a crear un filtro de datos, vamos a ver únicamente los vales a la vista que sean por veinte mil dólares.

Tom la observaba teclear en la computadora a gran velocidad, a la vez que Nomax, quien estaba instalado en un pequeño escritorio que había traído, también focalizaba su atención en los presurosos dedos de la agente.

—Aquí lo tienes... —dijo Lilith dándole la computadora—. Trecientos sesenta vales a la vista por veinte mil dólares...

—Es un gran paso, pero no nos dice mucho, Lilith... —habló él mirándola desganado—. Generalmente hay registro del girador en las conciliaciones bancarias, pero en este caso, se trata de vales a la vista abiertos, por lo que es imposible tener certeza de quién fue la persona que retiró el dinero. —explicó el economista—. Literalmente, cualquiera podría haber ido al banco, inventado un nombre y cobrado el vale... —espetó cruzándose de brazos—. De hecho, recuerdo una ocasión en que un sujeto cobró un vale identificándose como Ronald McDonald... —recordó con gracia.

Lilith se mantuvo en silencio por unos segundos, a la vez que las conexiones de su mente chisporroteaban a causa de la velocidad de su razonamiento.

—Los retiros tienen fecha y hora, ¿no? —soltó la agente de sopetón.

—Así es...

—Y todos los bancos tienen cámaras, ¿verdad? —volvió a inquirir.

—En efecto...

—¿Cuánto suelen durar los registros de las cámaras? —preguntó ella.

—Mantienen los videos a lo menos un par de meses antes de eliminarlos... —espetó el británico.

—Estupendo... —murmuró Lilith volviendo a quitarle la laptop para teclear en ella a gran velocidad.

—¿Qué haces? —preguntó él.

—Filtro únicamente los vales a la vista que fueron cobrados dentro de los últimos dos meses... —murmuró la mujer.

—Chica lista... —susurró él.

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora