Uno

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Lilith hizo un gesto con la mano en dirección a Robert, quien, a su vez, hizo el mismo mohín al resto del equipo.

Los agentes avanzaban con lentitud a través del viejo complejo abandonado de almacenes, teniendo la única misión de extraer sano y salvo al sujeto en peligro.

Habría sido un día normal de trabajo para los agentes, de no ser por el hecho de que el objetivo era uno nada trivial; Nicholas Murphy, vicepresidente de los Estados Unidos de Norteamérica, quien con fines desconocidos había sido secuestrado por un grupo de terroristas.

—¿Te diviertes, Mormo Uno? —susurró Robert al oído de Lilith.

—Preferiría estar en el cumpleaños de Julien, Mormo Dos... —musitó ella mientras observaba hacia adelante.

—Nos perdonará, solo tiene dos años. —respondió él con una pequeña sonrisa.

La mujer lo observó con rigidez, para luego simplemente negar con la cabeza.

Detestaba cuando su esposo se ponía conversador en medio de alguna misión importante, lo cual era bastante usual en su compañero de vida y trabajo.

La noche no demoraría en caer, lo cual dificultaría concluir la extracción de una manera exitosa. No había tiempo para charlar, la estabilidad de toda una nación estaba sobre sus hombros.

Guiados por Lilith en todo momento, el equipo siguió avanzando, adentrándose de manera más profunda en el lugar.

—Mormo Siete, indique su posición. —espetó Lilith a través del intercomunicador en su oído.

Al joven aludido le tomó algunos segundos responder, y aunque aquello era normal, debido a las gruesas paredes que causaban interferencia en las señales, a Lilith no le alcanzó la paciencia para soportar la demora.

—Demonios, Johnson, ¡posición! —exclamó la mujer.

—Ala este del complejo. —el agente por fin respondió.

—¿Estado? —inquirió ella.

—Limpio...

—Vuelvan ahora mismo. —terminó por decir la agente.

Llena de rabia, Lilith volvió a enfundar su arma.

—¿Quién demonios dijo que estaba aquí? —vociferó la mujer.

—Es información recogida por los informáticos de la CIA, no puede estar mal... —respondió un joven agente.

—Claro que puede estar mal, los hackers de la CIA son unos imbéciles con crédito de más. —rebatió ella.

Todos guardaron silencio por unos segundos.

La mujer usualmente hacía esa clase de comentarios y su equipo estaba acostumbrado a ello. Aquel joven, uno de los nuevos agentes en el escuadrón, no había dado en el clavo con aquella aseveración.

A Lilith no le gustaba recibir órdenes y tenía un serio problema con la autoridad. Odiaba cuando Joseph Haspel, director de la CIA, la enviaba a misiones con datos recabados por otros. Ella era mucho más hábil que cualquiera de los hackers de planta en la agencia, e incluso había sido una de las personas más buscadas del mundo cuando solo tenía dieciséis años. A modo de jugarreta, Lilith se infiltró en la base de datos de El Pentágono, y compartió de forma anónima cientos de documentos confidenciales a través de una página web que ella misma armó. Aunque a las autoridades les costó encontrarla, lo terminaron haciendo de todos modos.

A causa de aquel movimiento antisistema, se vio obligada a trabajar para CIA, siendo esa opción mejor que la cárcel.

—Nadie parece haber estado aquí en años. —musitó otro miembro del equipo.

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora