Veintiocho

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Lilith giró la cabeza hacia atrás de inmediato, en busca del hacedor de aquel certero tiro que había dado de lleno en la frente del guardia, y solo una milésima de segundo antes de que él disparara en su contra. Alzó las cejas sorprendida al encontrarse con un espantado Tom, que sostenía un arma hacia el frente de manera temblorosa mientras la observaba con los ojos invadidos por el pánico.

—¡Hiddleston! —gritó poniéndose de pie y caminado hasta él—. ¿Qué demonios crees que acabas de hacer?

—Yo... —comenzó a tartamudear a la vez que dejaba caer la pistola—. Él iba a dispararte...

—¡Estaba a punto de conseguir su confesión! —vociferó con rabia—. ¡Lo arruinaste todo, por la puta madre!

Tom la miró con el ceño fruncido, a la vez que sus ojos se cristalizaban a causa del pánico.

Ella lo observó en silencio por un segundo, para luego desviar la mirada detrás de él.

Un afectado y eufórico Harrison presionaba repetidamente el pecho del agente tendido en el piso, brindándole así una efusiva respiración cardiopulmonar, a la vez que Nomax parecía estar tratando de solicitar una ambulancia mientras hablaba por teléfono con nerviosismo.

La mujer caminó a paso rápido hasta el hombre herido, poniéndose de rodillas a su lado.

—Déjame seguir a mí, no lo haces lo suficientemente fuerte. —demandó Lilith.

Harrison se apartó angustiado, y ella tomó su lugar para comprimir el pecho del agente con ímpetu. Desdichadamente, no le tomó demasiado determinar que aquella acción era solo una pérdida de tiempo, frente a lo cual detuvo las compresiones y tocó la parte posterior del cuello del agente, confirmando así su funesto deducir.

—¿Qué mierda haces?, ¡no debes detenerte! —gritó Harrison volviendo a comprimir el pecho del hombre.

—La bala no solo cortó la yugular, también destrozó la región cervical de su columna. —musitó Lilith observándolo directo—. Este tipo murió de manera instantánea y no hay forma de hacerlo volver.

Harrison detuvo las compresiones y bajó la mirada con gran dolor.

—Su nombre es Wilson... —murmuró el agente con ira—. Y no es solo un "tipo"... es... era uno de mis mejores y más viejos amigos...

El escenario habría sido chocante a más no poder para una persona promedio, con esos cuerpos inanimados tendido en medio del pasillo, y toda esa sangre desparramada que irrumpía de forma abrupta en la blancura de las baldosas, pero, sin embargo, para Lilith se sintió solo como un gaje más del oficio.

"Otro día en el dulce infierno", pensó la mujer mientras se ponía de pie y encaminaba sus pasos hacia Tom. El británico estaba estático en su lugar y parecía encontrarse por completo conmocionado, a la vez que observaba de forma taciturna la trágica y repulsiva escena.

—¿Tienes un pañuelo? —inquirió la mujer al tenerlo en frente.

Él asintió en silencio a la vez que metía su mano al bolsillo, sacando un pañuelo de tela que le extendió con suavidad.

El hombre lucía muy afectado por lo sucedido, pero cuando la vio limpiándose el rostro repleto de gotas de sangre con su pulcro pañuelo, abrió los ojos de par en par, volviendo a poner los pies en la tierra de forma brusca.

—No te pongas a llorar, Nerdito...—murmuró limpiándose las manos—. Se quita con peróxido de hidrógeno.

El personal policiaco no tardó en llegar al lugar y, como era costumbre, comenzaron a realizar sus peritajes de manera poco ortodoxa y tosca.

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora