Once

96 19 5
                                    


Al llegar a la agencia, lo primero que hizo Lilith fue inmiscuirse en la bodega de enseres de la CIA, para llenar un gran bolso de estilo militar con numerosas armas de todo tipo.

—¿Vamos a una guerra? —preguntó Tom mirándola asustado.

—Probablemente... —respondió ella.

—No creo que todo eso pase el detector de metales del aeropuerto... —murmuró el inglés.

Ella lo miró divertida.

—Estamos en la CIA, Nerdito... —musitó mientras cerraba el bolso—. Nosotros no vamos a aeropuertos comerciales...

Él se subió los anteojos por el puente de la nariz mientras la miraba curioso.

—Oye Tom... —susurró recorriéndolo con la mirada—. ¿Sabes dónde queda Marruecos?

—En África del Norte. —respondió él.

—Sí... y no es el mejor lugar para vestir trajes Gucci... —dijo ella de brazos cruzados.

—Oh... —soltó mientras se miraba a sí mismo—. Yo no tengo nada más aquí... solo trajes y mi pijama...

—Te vestiré como un agente encubierto de la CIA... —habló mirándolo con una pequeña sonrisa—. Ni tú mismo te reconocerás.

Al instante Lilith le consiguió ropa cómoda a Tom; unos jeans negros, una camiseta gris, y una chaqueta de color azul profundo, sumado a unas botas de estilo militar parecidas a las que ella usaba comúnmente. Le dio algunas mudas más de prendas similares para que tuviera para el viaje.

En menos de veinte minutos estuvieron abordando uno de los Jets privados de la CIA para comenzar su viaje.

—¿Encontraste algo en los talonarios? —preguntó la mujer mientras repasaba la libreta.

—Nada... —respondió él—. Arrancaron la copia de la factura... o quizás hicieron el proceso por internet, en donde, como tú sabrás, podría haber sido literalmente cualquiera...

—Son inteligentes... —susurró cerrando el librillo rojo—. ¿Qué opinas tú?, ¿serán una organización criminal de traficantes de armas, ladrones de bancos tal vez?

—No lo sé, podrían ser ambos o ninguno... —espetó él encogiéndose de hombros.

—La Orden Doce... —murmuró casi solo para sí misma.

Él se acomodó en su amplio asiento.

—A pesar de todo, esto es increíble... —dijo Tom mientras la miraba—. Al parecer, la CIA no repara en gastos...

—Eso es cierto... —respondió ella—. Incluso hay muchos que dicen que somos una cuestión aparte del mismo gobierno de los Estados Unidos... pero yo creo que son exageraciones...

—¿Por qué? —inquirió él.

—La CIA no es como todos creen... no es como en las películas... —trató de explicar—. Yo tengo que escribir reportes semanales, llenar formularios, firmar cosas y de vez en cuando tengo que rendirle cuentas a Joseph...

—Jamás lo habría imaginado... —murmuró él.

—Es así, una basura burocrática... —habló ella—. Pero bueno, es lo que hay... —pensó en silencio unos segundos—. De todos modos, no es tan malo... hay muchas cosas que puedo hacer sin tener que preguntarle a nadie, ser de la CIA significa inmunidad en una variedad situaciones, sin pasar ciertos límites, claro...

—¿Como cuáles? —preguntó Tom.

—Como retirar armas sin permiso, utilizar un Jet sin autorización del jefe y raptar a un ciudadano británico que vino a prestar servicios de pasada a la agencia... —respondió ella con rapidez.

La Orden DoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora