Magia

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 —Cristina—Antonio trató de que las palabras le salieran, lo había practicado toda la noche en su mente, no podía ser tan difícil—tenemos que hablar.

— ¿Vas a terminar conmigo?—el tono de la chica sonó aburrido, hastiado hasta la medula— Porque de verdad preferiría que lo hicieras tú y no yo. De esa forma puedo hacerme la víctima.

Sonrió ladina y trató de calmar el nerviosismo de su novio—prontamente ex-novio—, hacía mucho tiempo que no sentía nada más por él que una amistad fraterna y se estaba cansando de fingir una relación inexistente, ella y Antonio eran amigos, nada más.

—Bueno, sí, es que yo… ya no siento lo mismo—miró sus manos con detenimiento y suspiró. Cristina era la reina de las máscaras y a pesar de que sonaba completamente bien, cabía la posibilidad de que estuviera destrozada por dentro. Era experto en desenmascarar mentirosos, pero Titi a veces le ganaba la partida—, y aunque suene como una estupidez, quiero que sigamos siendo amigos. Lo sé, lo sé, necesitarás tiempo y estoy dispuesto a alejarme y…

—Antonio, tranquilo—agregó ella con una sonrisa en el rostro—, no necesito nada, estamos bien.

Colocó su mano en el hombro del chico y lo palmeó un par de veces. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba esperando para terminar con todo aquello. Entre Nicole y sus propios sentimientos, se sentía demasiado agobiada.

Estaban en la cocina de la casa de Cristina y la casa estaba vacía.

Era principios de enero, el clima lograba que se te pegara la ropa al cuerpo y las tardes corrían lento con la brisa tibia golpeándote la cara.

Titi se levantó en busca de una jarra con jugo y un par de vasos, comenzaba a  deshidratarse.

—Conversado aquello—finalizó la chica— ¿Quieres algo de beber? Este maldito calor me tiene atontada. Más encima ayer tuve que ir a la estúpida audiencia de Valencia, demasiado deprimente.

—Cristina…

—No tengo idea por qué yo era tan necesaria… Ya, lo vi llegar a su casa sin nada sospechoso encima ¿Eso lo hace inocente? No lo creo.

—Cris…

—Además ese intento de ser humano se merece todo lo que le está pasando, tanto que hace sufrir a la pobre de la señora Magdalena. Si fuese algo mío ya se las hubiera cantado bien claro… ¡Lacra social!

—¡Cristina!

La chica le quedó mirando asustada. Antonio tenía una voz muy fuerte, como salida de un megáfono, pero nunca la elevaba, era suficiente con usar el volumen mínimo. Así que cuando lo hacía, cuando gritaba, era como escuchar una avalancha acercándose, un trueno, un derrumbe, un disparo, cualquier cosa que te hiciera saltar.

Anto no se veía bien, lucía más bien compungido, como si estuviera aguantando las ganas de ir al baño desde hace horas.

—¿Qué?—preguntó ella.

—¿De verdad estás bien? Es decir ¿No te molesta que terminemos? Puedes estar molesta, tienes todo el derecho.

—¡Claro que tengo el derecho! Faltaba más, pero no lo estoy. Seamos honestos, no estaba funcionando.

Antonio se relajó un poco. Oír que Cristina se sentía como él era realmente un alivio.

—Tienes razón, no estaba funcionando—tragó saliva, guardó mucho aire en sus pulmones y juntó valor—. Pero hay algo más que tengo que contarte…

—¿Algo o alguien?—tanteó ella.

—Algo.

—¿Qué es?

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora