El día en que el mundo se volvió loco

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Melchor revisó el techo del salón por novena vez. Era blanco, la pintura se descascaraba cerca de la puerta, un extractor de aire se posaba sobre la cabeza de Paola Prieto y era levemente irregular en dirección a la ventana. Las cortinas juguetearon con el viento fresco de noviembre y se enredaron en la cabeza de Marcial Ponce.

Regresó su atención a la hoja sobre su mesa. Además de su nombre y la fecha no tenía nada más escrito. Constaba de treinta y seis preguntas de alternativas sobre Roma, Egipto y Grecia más dos de desarrollo sobre la caída de Constantinopla y los participantes y razones del segundo triunvirato. Sabía todo, apostaría que si respondía a conciencia obtendría nota máxima. Pero no podía hacer eso, no si quería disimular su superdotación.

Respondería solo treinta y cuatro de las cuales cinco estrían malas. La primera de desarrollo la contestaría completa y la segunda solo diría los integrantes pero no las razones, eso debía ser suficiente para obtener una nota regular como todos sus compañeros.

Tampoco era cosa de sacar una nota mediocre, solo debía hacer el cálculo exacto para estar entre las mejores notas pero no sobresalir del montón. No quería que lo adelantaran, detestaba a todos los mayores, estar en alguno de esos cursos le provocaba una presión en el intestino que no lograba controlar. Su lugar era en quinto año, con Anto, Titi y Tom. Los cuatro, por siempre de los siempres.

Marcó erróneamente la primera solo porque la consideró más difícil que las demás. La novena y duodécima tenían buenos distractores así que decidió fallar ahí también.

Por la veinte omitió una, era tan tonta la pregunta que supuso que varios caerían en su simplicidad. La treinta y cinco no tenía nada de malo pero era algo confusa de leer para quien no ha estudiado mucho y la treinta y seis carecía de fallas pero se le había acabado las preguntas y le faltaban para cumplir su cometido.

Escribió rápido sobre el papel describiendo la caída de Constantinopla procurando que su caligrafía—que según Cristina se parecía a la de un mono analfabeto—fuese lo más legible posible. Anotó los nombres de los miembros del triunvirato y luego ocupó la técnica secreta de Tomás: colocar unas cuantas palabras complicadas unidas por conectores rebuscados y luego hacer un resumen a modo de conclusión de lo que a repetiste por lo menos tres veces antes.

La receta perfecta para no decir absolutamente nada en tres párrafos, con suerte le daría un punto o dos, solo para honrar su esfuerzo.

Escribió las últimas palabras y sonrió satisfecho, esto de fingir ser un chico cualquiera se le daba de maravilla, incluso creía que mejoraba mucho más cada año.

Miró la hora y notó que aun fallaba respecto al tiempo, debía hacer su prueba más lento para que su engaño fuera perfecto. Mató el tiempo restante esbozando un mapa del pueblo. Hace días que tenía la idea en la cabeza de armar un mapa de toda la ciudad, incluyendo el parque, la fábrica y las carreteras que salían de ahí, podría incluir el lago de la reserva, estaba como a cuarenta minutos en auto, es decir unos cincuenta o cincuenta y cinco kilómetros ¿Se habría hecho algo como eso antes? No lo sabía pero tampoco le importaba, le entretenía muchísimo confeccionar mapas y más que hacerse famoso prefería pasar un buen rato.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora