Guillermo abrió la puerta luego de tocar, solo con permiso de Magdalena.
Ella se encontraba dentro, recostada en la cama de hospital con el bebé en brazos, admirándolo como si fuera la primera vez que veía uno, a pesar de ser ese su segundo hijo.
Gaspar, de ocho años, dormía en el sillón junto a la cama, babeando el cojín que una enfermera la improvisara con unos cuantos apósitos.
Magdalena le hizo señas para que se aproximara, y él caminó de puntillas a la cama para no despertar al mayor.
El bebé, de profundo cabello oscuro, abrió un poco sus ojos, para admirar al extraño visitante. Guillermo observó sus ojos grises con curiosidad. Siempre había deseado uno de esos, pero ahora más que nunca estaba lejos de tenerlo.
Bostezó, para luego chupetear y rendirse al sueño. No estaba tan interesado en las visitas como para interrumpir su apretado itinerario de comer y dormir.
Guillermo sonrió.
―Es hermoso―susurró Magdalena.
―Perfecto.
―En general los bebés son horribles recién nacidos, incluso Gaspar era muy feo, pero él es...
―Sí―masculló Guillermo―. Es un niño entonces. ¿Cómo se llama?
―¿Cómo crees?―preguntó juguetona, acariciando le frente de su hijo.
―¿Baltazar?
―Claro que no, ya hay un Baltazar.
Y no necesitamos otro, pensó Guillermo, a quien nunca le había terminado de caer bien el esposo de Magdalena. Lo soportaba solo porque Magda se veía feliz, pero, si le preguntaban, era un imbécil.
―¿Melchor?
―Sí. Míralo, tiene cara de Melchor.
Se quedó pegada en los rasgos pequeños de su hijo, como lo había estado toda la mañana, para disfrutar su inocencia de niño lo que más se pudiera.
―Será un buen Melchor, aunque no conozco a otro, pero estoy seguro que será uno de los buenos.
―Sí. Hasta Gaspar está encantado con él. Yo creí que sería difícil. Él ha sido hijo único por ocho años, pero lo vieras, arregla mis almohadas para que descanse mejor, vigila a Melchor mientras voy al baño, incluso quiere aprender a cambiar pañales. Estoy segura de que desistirá en cuanto se entere como es un pañal sucio, pero me produce mucha ternura.
Guillermo sonrió.
Gaspar no era su alumno aún, pero por lo que decían los demás profesores, se trataba de un niño inquieto e ingenioso, que pasaba más tiempo castigado que en clases y aun así sacaba buenas notas.
―Supe que irá a estudiar en el internado que está camino a la ciudad.
―Esa es idea de Baltazar. Yo no estoy segura si sea lo mejor para él. ¿Qué dices tú? ¿Has escuchado algo de esa escuela?―inquirió, expectante a la guía del experto.
―Sí, claro, es una de las mejores del país. Casi todos sus alumnos terminan con un buen trabajo, le aseguraría a Gaspar un futuro exitoso, un lugar en la universidad, y cosas como esa.
Magdalena suspiró. Encontraba que con ocho años se era demasiado niño como para estar lejos de casa, fuese o no su futuro lo que estaba en juego.
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Aprendices de Sherlock
Teen FictionHubo una época en que Melchor, Cristina, Tomás y Antonio fueron buenos amigos, que digo buenos, los mejores amigos, pero crecieron sin poder evitarlo y antes de que lo notaran ya no se conocían. ¿Es prudente juntar sus caminos nuevamente o todo ter...