Gonzalo se apoyó en el umbral de la puerta con los brazos cruzados. Aún era un niño, pero quería sentirse hombre, por lo que a pesar de apenas tener once, intentó meterse en los zapatos de alguien más viejo.Miró a Camilo, su hermano mayor, meter su ropa con sumo cuidado dentro de la maleta. A su lado la pequeña Soledad de siete años observaba el trabajo monótono con un puchero en los labios.
No entendía por qué su hermano tenía que irse para siempre ¿No era suficiente con que pasara la mayor parte del año estudiando en la universidad, como para que además su mamá y papá lo obligaran a quedarse allá en vacaciones también?
Gonzalo, por su parte, no se sentía apenado, todo lo contrario, la furia lo dominaba por completo. Lo sucedido era culpa de su estúpido hermano y sus extrañas costumbres, ¿por qué no podía ser como los demás? ¿Por qué no podía pensar en su familia y sacrificar algunas cosas?
Papá tenía razón, debía irse y buscar otras personas con las cuales «encajara» mejor, porque si no era capaz de ser normal por las personas que más lo querían, no merecía ser parte de esa familia.
—¿De verdad tienes que irte?—La voz dulce y pequeña de Soledad, acompañada de sus ojos rojos e hinchados obligaron a Camilo a detener su empaque para sentarse junto a ella y abrazarla.
—Sí, pero puedes ir a visitarme—susurró él con calma—. Además vendré para navidad y año nuevo ¿No quieres que te traiga regalos bonitos de la capital?
—No—gimió—, yo quiero que pases el verano entero acá ¿Ya no me quieres? ¿Te gusta más la universidad que yo?
—Claro que no pequeña—explicó apretujándola—, nada podría gustarme más que tú.
Gonzalo bufó con burla. Claro que habían cosas que le gustaban más a su hermano, muchísimo más, le gustaban tanto que prefería mudarse a la capital que enderezar su camino.
—Entonces no te vayas—rogó la chiquilla restregándose los ojos, al borde de romper en lágrimas—. Mamá y papá van a perdonarte por lo que sea que hayas hecho.
—Sole, eso no es tan así.
—¡Sí! El otro día, yo boté ese jarrón que tanto le gustaba a mami, y ella se puso furiosa, y me castigó para siempre, y después yo le pedí disculpas, y ya no estaba enojada—relató con suma imprecisión los hechos—¿Por qué no te disculpas tú también?
—Buena pregunta, Camilo, ¿por qué no lo haces tú también?—Gonzalo por fin hablaba, parado desde la puerta, admirando el cuadro con asco.
Camilo le regaló una mirada de reproche y continuó consolando a su hermana menor con paciencia y cariño.
—Hay cosas por la que uno no debe disculparse nunca—acarició su melena oscura y le limpió las lágrimas.
—Pero, ¿hiciese algo malo? Papá dice que hiciste algo malo y por eso te vas.
—Ni papá ni yo hemos hecho algo malo, solo diferimos en opinión, ¿me entiendes?
Soledad asintió sin saber a ciencia cierta si realmente entendía, pero lo que sí le quedaba claro era que su hermano se marchaba lo quisiera o no.
Empezó a llorar como un bebé entre los brazos de Camilo, exigiéndole que se quedara. Su familia estaba compuesta por cinco personas, no por cuatro.
—¡Suficiente, Soledad!—exclamó Gonzalo de un grito—Si él quiere irse, que se vaya.
Soledad le devolvió una mirada furibunda y se limpió la nariz moquillenta con la mano.
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Aprendices de Sherlock
Teen FictionHubo una época en que Melchor, Cristina, Tomás y Antonio fueron buenos amigos, que digo buenos, los mejores amigos, pero crecieron sin poder evitarlo y antes de que lo notaran ya no se conocían. ¿Es prudente juntar sus caminos nuevamente o todo ter...