Eso que no sabías que necesitabas

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Los ojos azules de Melchor se quedaron pegados en la vitrina de la librería, deteniendo su caminar y abandonando su lugar junto a Cristina, quien caminó casi tres metros antes de notar que hablaba sola.

La nieve se había presentado temprano ese año, y ese doce de junio la calle completa se teñía del más impecable blanco.

Ambos chiquillos caminaban abrigados hasta la nariz, con guantes, gorros, abrigos y bufandas. Melchor cumplía once ese día y Cristina aún tenía diez. Iban camino a la casa de Tomás para ir por Antonio, y juntos los cuatro iniciar la guerra de bolas de nieve más grande que se hubiera visto en Los Robles.

Lo más probable era que hubiese otros niños en el parque, tirándose nieve como condenados, pero cuando los aprendices llegaran las cosas se pondrían realmente serias.

No era un secreto que entre Tomás y Melchor se podía resumir toda la competitividad del planeta, eso sumado al poderoso brazo de Antonio y la puntería de Cristina, el equipo se volvía invencible. A decir verdad la única realmente temible del equipo era Cristina, todo el año se comportaba como una señorita, pero ese día, durante la guerra de nieve, soltaba al demonio.

Corría el rumor que un año antes Cristina había llenado la boca, de un chico dos años mayor, con nieve hasta que se rindiera, también decían que ese pobre chico pasó una semana sin sentirle sabor a la comida.

Desde ahí que la llamaban "Bestia blanca". Un seudónimo del cual, por solo un día al año, se sentía profundamente orgullosa.

Este sería el cuarto año consecutivo en que ganarían la guerra de nieve, y ostentar el título nuevamente sonaba interesante.

Pero si Melchor se quedaba parado a la mitad de la cuadra como un tonto era poco probable que llegaran a tiempo para encontrar el mejor escondite y armar las más de cien bolas de nieve que se necesitaban para abatir a todos los chicos que se presentaran a la batalla.

—Oye, vamos tarde—Cristina puso los brazos en jarras y se negó a tener que jalarlo para que dejara de mirar la vitrina. Melchor tenía una debilidad por los libros y la librería era como la tierra prometida—. Melchor Valencia te estoy hablando ¡No me hagas llamarte por tu horrible segundo nombre, Melchor!

Ni con eso le hizo reaccionar, estaba completamente absorto en las novedades de la tienda.

A regañadientes Titi se acercó a mirar aquello que tanto lo hechizaba, suponía que no notaría nada especial, detestaba leer, no entendía como Melchor podía pasar tanto tiempo pegado a un montón de letras.

La única forma de que Cristina se acercara a un libro era si Melchor se lo leía, en ese caso si le gustaban, y hasta podía pasarse el resto de la tarde muy concentrada en como Melchor movía la boca, convirtiendo ese montón de aburridas letras en impresionantes historias.

Todo es agradable con el estímulo correcto.

Detrás de la vidriera solo vio un montón de tapas de colores y tamaños diferentes. Libros, libros y más libros. Aburrido.

—¿Qué estamos mirando?—preguntó luego de empujar a Chie con su hombro para que le prestara un poquito de su preciosa atención.

—A la derecha, tapa roja, letras doradas, foto de un mapa—habló sin despegar la vista de la vitrina.

—Cartografía avanzada—leyó la chica atentamente y luego bufó. Ya sabía ella que sería algo súper aburrido—. Es eso sobre hacer mapas ¿No?

—Sip.

Lucía tan embobado con aquel tomo que Titi se sintió ligeramente celosa. Si Melchor la mirara aunque fuera una vez como miraba los libros nuevos, se sentiría la chica más feliz de la tierra. Probablemente nunca sucediera, por lo que se conformaba con ser su amiga.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora