Antihéroes

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NOTA DE LA AUTORA: NO SE ASUSTE, CAMBIÉ EL FORMATO, NUEVAMENTE. EN CURSIVA VA EL PASADO; EN NORMAL EL PRESENTE.

PD: FELIZ NAVIDAD

Camilo salió del cuarto con un ojo abierto y el otro pegado. Podía asegurar que la mitad de su cerebro aún dormía, y no esperaba menos, nadie era capaz de trabajar veinte horas seguidas en un plano y no tener algún tipo de daño cerebral permanente.

O casi nadie.

Visualizó a Felipe en la terraza, a medio vestir, fumando tranquilo.

Suspiró como suspiran las madres preocupadas y sintió algo de terror al hacer el paralelo con su propia madre. Solo le faltaba llevar una manta para arroparlo, pero cuando vio la frazada sobre el sillón, le hizo una desconocida y siguió su camino.

No iba a cruzar ese límite, no esa noche por lo menos.

Se acercó a Felipe, sigiloso y adormilado. Le gustaba observarlo sin que él supiera, era en esos momentos en los cuales podía ver más cosas.

Felipe poseía esa tipo de personalidad compleja compuesta de múltiples niveles. Era imposible saber qué estaba pensando, y si tenías la suerte de que él te lo comunicara, debías sentirte horrado.

Se acercó callado, para luego abrazarlo por la espalda y besarle la mejilla.

― Son las cuatro de la mañana―susurró en su oído, y le robó el cigarro.

― Quiero que me cremen.

― Carambolas. ¿Qué me perdí? ¿Tienes cáncer terminal o algo?

El humo se le escapó mientras hablaba, y le devolvió el pitillo. El tabaco de Felipe siempre sabía muy fuerte, mientras que él los prefería mentolados.

― Quiero que me cremen, y nada de grandes eventos, algo privado. Tú, mi madre, la familia de Gaspar, si quieres puedes invitar a Gaspar también.

― No, creo que no quiero ver a Gaspar en tu funeral. Conociéndolo como lo conozco, tu muerte será su culpa. ¿Invito a tu padre?―Felipe solo torció la boca, Camilo sonrió―. Entonces es eso. Amor, es momento de que lo dejes ir.

― No puedo entender que no estés enojado―gruñó Felpz, apretando los puños.

― No es mi padre, no tengo razones para estarlo. Estoy acostumbrado a ese tipo de comentarios.

El padre de Felipe era un ex militar, lo habían dado de baja por una lesión en la columna, y se había dedicado el resto de su vida a arreglar autos en el único taller de Los robles. Era tan reservado e introvertido como su hijo, con un conjunto de valores tan marcados como anticuados.

Estaba de más decir que no se llevaban bien, con suerte intercambiaban palabras. Si se llamaban para desearse un feliz año ya era demasiado, comer juntos un domingo podría considerarse como una especie de milagro. El padre de Felipe lo había echado a la calle en cuanto se enteró de su condición, y desde ese entonces nada volvió a ser lo mismo entre ambos.

Camilo podía, hasta cierto punto, entender a Felipe. Él también se había visto en la necesidad de dejar el hogar por razones que se relacionaban directamente con su sexualidad, pero, en contraste, aún mantenía una conexión con los suyos. Los invitaba a comer, los visitaba en navidad, asistía a los cumpleaños, llevaba a sus hermanos de viaje, conversaba largo y tendido con su padre por teléfono.

Quizás por eso había pensado que podía lograr que tanto Felipe como su padre hicieran las paces, por eso lo invitó a almorzar.

La intención era buena, más la realización bastante defectuosa.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora