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No estaba segura en qué punto había comenzado a sentir asco de que sus padres estuvieran tan felices cuando ella era tan desdichada, pero era una realidad, una que le trastornaba por completo la cena.

Solo esperaba que no fuera una de esas ridiculeces de la adolescencia. Quería sentir que de verdad los odiaba, y repudiarlos eternamente por poder ser felices. La simple idea de despertar un día riendo de lo muy pendeja que había sido le provocaba nauseas. Añoraba guardar todo ese odio y conservarlo para siempre.

Sus padres eran lo peor que le había pasado en la vida, no cabía duda.

Lo odiaba todo de ellos, odiaba la casa en que vivían, las cosas que comían, odiaba hasta el apellido Riquelme.

¿Para qué querían otro bebé? Era estúpido pensarlo, su madre estaba vieja para esas cosas, un nuevo bebé solo traería más caos y más abandono.

Una pérdida completa de dinero.

—Emi ¿Te sientes bien?

Ella alzó el rostro de su plato y divisó dos de los tres rostros que más aborrecía sobre el planeta. Mamá y papá. El tercero era ese estúpido de Enrique, su supuesto novio que no la había llamado en una semana completa.

—No—masculló mientras reorganizaba los espirales del plato. Era cosa de que se sentara con ellos para que se le quitara el apetito.

—¿Qué pasa? ¿Te has peleado con tu novio?—se atrevió a preguntar su madre. Los últimos días la había notado más temperamental que de costumbre. No estaba segura de qué se trataba, pero podía asegurar que se trataba de ese bueno para nada de Torllini.

No entendía cómo podía ser que una chica de buena familia como ella se juntara con lo peorcito de la sociedad.

—No lo he visto hace días—respondió agria.

—Maravilloso, de cualquier manera no me gustaba ese chico—siempre su padre con un comentario desagradable.

Era imposible, nunca dejaría de odiarlos, de aborrecerlos con tanta rabia como le era posible poseer.

Se limitó a bufar y ofrecerles un gesto de desagrado. Detestaba tener que cenar con ellos.

—Bueno, ya habrá otros—comentó su madre tratando se subirle el ánimo—, pero cambiando un poco el tema—sonaba repentinamente inquieta, a lo que su padre bajó de inmediato el periódico—, tu padre y yo tenemos algo que contarte.

—¿El qué?—preguntó sin el más mínimo interés.

—Hace algunos meses recibimos una noticia algo triste—pronunció calmada, Dolores—, al parecer mi cuerpo es terreno hostil y quedar embarazada sería muy difícil—Emilia no se esforzó en disimular su sonrisa. Claramente su madre era terreno hostil—. Con tu padre nos dolió bastante aquello, pero decidimos que si las cosas se daban de aquella manera no nos quedaba más que asumirlo. Pero hemos hallado una solución, vamos a adoptar.

El mundo entero, la luna, las estrellas y todas las galaxias se le cayeron encima a Emilia.

Debía de ser una broma, una cruel y estúpida broma.

¿Adoptar? ¡Los perros se adoptan! ¡Las plantas se adoptan! ¿Cómo pretendían cuidar el crio de alguna fulana si ni siquiera eran capaces de cuidar la propia descendencia?

—¿Cómo has dicho?—preguntó con la sensación de asco y nausea en la garganta.

—Ya está todo resuelto, nos hemos puesto en contacto con un centro y hoy fuimos a conocer al bebé. Es precioso Emi, tan pequeño e indefenso.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora