Antonio cargó la caja hasta la mitad de la avenida y junto a Tomás, Cristina y Melchor se sentaron a intentar regalar los gatitos. Había pasado más de una semana desde que los bajaran del techo de la escuela y ya se les hacía imposible mantenerlos en la caja. Crecían a una velocidad increíble, por lo mismo era imposible alimentarles a ellos y a su madre, pronto dejarían de tomar leche y con ello vendrían problemas muy grandes.
Así que en una decisión difícil optaron por regalarlos, de esa manera se irían a casas con familias responsables en vez de convertirse en gatos callejeros.
Solo eran cuatro, cuál de todos más adorable.
Se colocaron frente a la farmacia, y con pintura negra y una enorme hoja blanca promocionaron su causa animalista.
«Se regalan gatitos»
Les habían puesto nombres.
El dorado con blanco se llamaba Tito, no hacía caso a nadie, por lo general era el primero en salirse de la caja e incentivar a los otros a romper la ley, y si lo reprendían se engrifaba por completo y tiraba arañazos torpes. Aun así ronroneaba mucho y solía recostarse a los pies de los chicos buscando que lo mimaran.
El segundo era Mel. Mel era completamente negro e “incomprendido” según Antonio. Jugaba solo, escalaba por la parte más fácil de la caja—lugar que ninguno de los otros gatitos había notado—, y solía quedarse mirando como sus otros tres hermanos hacían estupideces sin sentido.
Toño, el tercero, era gris y regordete. Por lo general se la pasaba saltando por encima de los otros tres hasta exasperarlos, y cuando los demás le tiraban arañazos se iba maullando a un rincón, donde finalmente alguno de los chicos lo tomaba y acariciaba. Aun así, cuando algún peligro se acercaba era el primero en la línea de batalla. Corría a defender a su familia con sus pequeñas garras y sus diminutos dientes, nadie tocaba a sus hermanos.
Tom era el último. Tom era como cualquier gato, no tenía nada en especial.
Quizás fue por eso que después de varias horas frente a la farmacia nadie se lo había llevado. Era solo él y la caja vacía.
—Creo que tendremos que volver mañana a buscarle casa, está oscureciendo—comentó Anto con las manos en los bolcillos.
—Sí, será lo mejor, tengo sueño—se quejó Titi.
—Podríamos ir casa por casa mañana, así nos aseguramos que todos sepan sobre el—agregó Melchor mientras estiraba las piernas.
—No.
La voz pequeña y molesta de Tomás detuvo su charla casual. Se encontraba hincado frente a la caja y miraba fijamente al pequeño gatito que intentaba afanosamente salir. Los ojos le brillaban.
¿Por qué nadie se llevaba a Tom? Era como cualquiera de los otros gatos, era como cualquier otra mascota. Los animales solo tenían una función primordial dentro de una casa, dar amor ¿Quién decía que Tom era menos capaz que sus hermanos en aquella tarea?
—Tranquilo Tom, ya le encontraremos casa, simplemente no ha aparecido un dueño correcto—Melchor intentó calmarle, pero Tomás no escuchaba razones.
—¿Y cuánto hay que esperar hasta que alguien lo quiera? ¿Cuánto hay que esperar para que sus dueños se den cuenta de que Tom es tan especial como los demás?
Cristina supuso que Tomás repentinamente había dejado de hablar del gato, aunque era muy niña como para asegurarlo.
—Tom—dijo—, el gatito va a estar bien, está con nosotros, estará con nosotros el tiempo que sea necesario hasta que encuentre a sus dueños.
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Aprendices de Sherlock
Teen FictionHubo una época en que Melchor, Cristina, Tomás y Antonio fueron buenos amigos, que digo buenos, los mejores amigos, pero crecieron sin poder evitarlo y antes de que lo notaran ya no se conocían. ¿Es prudente juntar sus caminos nuevamente o todo ter...