Rumores y visiones

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Melchor suspiró solo para evitar aquel molesto silencio que se había cernido sobre él y sus padres. El pasillo de la escuela solía ser un lugar ruidoso durante el día pero a esas horas de la tarde se parecía más a un cementerio. Suspiró nuevamente esperando que esta vez el silencio no regresara, pero en cuanto se le acabó el aire volvieron a la absurda dinámica del silencio.

Balanceó los pies preguntándose que podría ser tan grave como para que la maestra llamara a sus padres después de clase.

Sería acaso que descubrieron que se escapó de la escuela la semana pasada, o acaso sabían que Titi mintió por él nuevamente, quizás se debía a aquella pequeña broma al profesor de matemáticas, quien sabía. Se le ocurrían cientos de razones para que la maestra se cabreara con él, pero podían solucionarlo perfectamente entre los dos, llamar a sus padres era exagerado y por lo demás lo único que lograría ella con aquella medida sería una buena paliza para él.

Miró de soslayo a su madre quien buscaba concentrada algo en su bolso. Para ella eran comunes esas visitas a la escuela, por lo general no se molestaba con él, lo reprendía claramente, pero cuando él aseguraba haber entendido ella suavizaba la mirada, le acariciaba la mejilla y lo abraza con fuerza para luego invitarle un helado. Magdalena era la mejor mamá del mundo.

Dirigió la mirada esta vez a su padre. Él le observaba rígido, la frente arrugada y los labios apretados. Los ojos azules que compartían se cruzaron un segundo y la frialdad con la que su padre le vio congeló hasta el último cabello de Melchor. Regresó la mirada veloz al suelo, definitivamente sería una fea paliza. Trató imaginarse lo que le esperaba en casa y trazó una especie de plan para evadir el retorno al hogar. Si tenía suerte podría correr a algún teléfono mientras sus padres se veían con la maestra, llamar a Antonio y pedirle asilo, o quizás Titi podría ir a buscarlo por alguna tontería, si calculaba bien sus movimientos lograría mantenerse fuera de su casa el tiempo suficiente como para que a su padre se le pasara el coraje.

La maestra abrió la puerta con una sonrisa amable como siempre. Les hizo pasar a los tres y Melchor maldijo. Ahí se iban su plan maestro y todas sus esperanzas. Le dedicó una mirada iracunda a la profesora y entró de mal humor solo para sentarse entre sus padres.

—Que bueno que han venido ambos.

— ¿Qué hizo esta vez?—preguntó de inmediato Baltazar Valencia.

—Nada en verdad.

—No es necesario que sea misericordiosa, sabemos que Melchor es un desastre no nos esta contando nada nuevo.

—Cariño—susurró Magdalena—no seas tan duro con él.

—Bueno, alguien tiene que serlo, él hace lo que quiere y luego nosotros tenemos que dar la cara.

Marcia, la profesora, quedó asombrada. Por lo general la única que asistía a las reuniones escolares y citaciones era Magdalena, esta era la primera vez que Baltazar Valencia aparecía por allí y por lo visto no estaba muy contento con su pequeño.

Si bien era cierto Melchor no era ni por si acaso el mejor portado de la escuela. En los tres años que llevaba ahí—contando el preescolar—solo había logrado dar vueltas el lugar, sin mencionar que cada vez que se juntaba con Tomás, Antonio y Cristina—lo que era casi todo el tiempo— sus maldades se potenciaban de manera astronómica. Aun con eso en contra Melchor era por lejos uno de los muchachos más tiernos en la escuela primaria, odiaba las peleas con los puños y por lo general ignoraba a los matones más grandes que le molestaban, si veía una injusticia no dudaba en denunciarlo y cuando alguien solicitaba su ayuda, aun con todos esos aires soberbios y orgullosos, corrían en auxilio del más débil. A su parecer Baltazar no tenía razones para avergonzarse de Melchor, todo lo contrario, debía estar orgulloso, había criado a un gran muchacho.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora