Emilia

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—No sé de qué hablas Emilia—Gaspar sonrió de lado a lado con ese aire inocente que le iba como anillo al dedo. Estaba por cumplir los veintitres pero lucía como de dieciocho, quizás menos. Para Emilia siempre sería un niño de cabello desordenado y cara simpática, sin importar en lo líos que se metiera.

—Claro que sabes. Gaspar, no soy tonta, no me mientas.

—Nunca he dicho que lo seas, es solo que te pasas todos esos rollos de mujer hormonal.

—Y después Felipe se pregunta por qué no tienes novia, con esa boca dudo que alguna chica te soporte.

—Con esta boca he conseguido muchas chicas Mili—le guiñó un ojo, a lo que Emilia solo pudo rodar la mirada.

A Gaspar lo conocía desde que era un púber, con esa barba como pelusas y el cuerpo aún asimétrico. Y a pesar de que ya de aquel niño no quedaba nada, seguía viendo en él el mismo tinte juvenil e inexperto.

Le producía ternura maternal, se preocupaba por él, y le perseguía si era necesario, ni hablar de reñirle, ese era como su trabajo de medio tiempo.

Aquella amistad no se había entablado hasta que ya eran mayores, una necesidad de mantener contacto con una época mejor y más feliz, pero no por eso era menos fuerte el lazo que los unía.

Habían descubierto en el otro una maravillosa fuente de apoyo y compañía. Podría hasta decirse que eran amigos íntimos.

—Estás evitándome, no creas que no lo noto.

—¿Evitándote? Claro que no bonita, yo nunca evitaría ese lindo rostro—le acarició la barbilla y trató de cautivarla con la mirada. Emilia no estuvo ni cerca de morder el anzuelo.

—¿De verdad conquistaste alguna chica con esa boca?—soltó incrédula.

—Sí, pero no hablando precisamente...

Se volteó rápidamente y se encaminó por la calle esperanza con las manos en los bolcillos. El invierno se comenzaba a volver crudo, pronto nevaría.

—No me dejes hablando sola.

—No voy a discutir contigo tus teorías conspirativas imaginarias—miró a ambos lados y ocultó un poco la cabeza entre sus hombros.

—No es ninguna teoría imaginaria—replicó ella mientras caminaba a su lado—, andas metido en algo turbio, tú y Felipe.

—Nada más turbio que vender drogas, soy un simple distribuidor.

Emilia bufó. La gente solía tomarla por ilusa.

Por lo general le echaba la culpa a su aspecto de chica desvalida. Según ella sus rasgos eran demasiado finos y suaves como para que la tomaran en serio, y ahora que su peso rondaba la desnutrición podía apostar que todo el respeto que Gaspar pudo haberle tenido alguna vez, se había transformado en simple y humillante compasión.

Era denigrante lucir como una damisela en apuros, más cuando sabes lo capaz que eres para superar situaciones límite.

—Realmente me tomas por tonta, no puedo creerlo.

—¿Ves que haces un dramón por nada? No te tomo por tonta, solo te digo que estás equivocada.

Frunció el ceño. Gaspar le estaba mintiendo en la cara sin ningún reparo. La subestimaba de una manera casi ofensiva, pero no se saldría con la suya.

Le siguió de cerca por casi media cuadra, atenta a todos sus movimientos, y aun cuando él apuró el paso y trató de dejarla atrás, ella no desistió. Nadie se atrevía a mentirle en la cara y luego salía huyendo.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora